Por Jason Dulle

El legalismo es como una enfermedad, pues es altamente contagioso y mortal, y puede pasar desapercibido sin mostrar ningún síntoma fatal durante un largo periodo de tiempo. Sin embargo, al final siempre pagará su precio. Nunca he escuchado a nadie defender y proclamar con valentía: "¡Yo soy un legalista!" Si alguien se diera cuenta de que está siendo presionado por el legalismo, seguramente acabaría con dicha influencia. Desafortunadamente el legalismo es muy deslumbrante. Es más fácil que un pecador se dé cuenta de que es pecador, que un legalista se dé cuenta de que es un legalista. Si no podemos identificar lo que es el legalismo, no podremos estar a salvo de su esclavitud.



El legalismo es a menudo muy difícil de reconocer y puede ser difícil de distinguir de la verdadera santidad. Esto se debe a que las acciones de los legalistas y las acciones de alguien que posee una verdadera santidad, son generalmente las mismas. La diferencia es lo que motiva al corazón. La motivación de los unos es por salvarse a sí mismos o mantenerse salvos, mientras que la motivación de los otros es la de agradar a Aquel que murió por ellos. Ray C. Stedman, dijo:



“¿Puedes ver cómo esto puede ser tan sutil? El comportamiento real puede ser exactamente el mismo en el caso de un legalista o de un auténtico cristiano. Ambos pueden parecer verdaderos cristianos y su comportamiento puede ser exactamente el mismo, pero uno es legalista y el otro no. Lo que está pasando en su interior, es el tema en cuestión. ¿Se trata de una cuestión de confianza interior? ¿Sobre qué te estás basando para satisfacer dicha demanda? ¿Estás confiando en tu propia capacidad, tu propia suficiencia, tu talento, tu personalidad? ¿Es eso lo que cuenta como fin para lograr lo que tú esperas de ti mismo? Bueno, ¡Si tú confías en otra cosa aparte de la actividad de Dios obrando en ti, tú eres un legalista!… La forma más extendida de legalismo en la iglesia cristiana es la carne tratando de hacer algo delante de Dios que sea aceptable para él”[1]



Con el fin de reconocer lo que es el legalismo, primero tenemos que determinar lo que es el verdadero cristianismo. El cristianismo "es manifestar sinceramente un comportamiento parecido al de Cristo, dependiendo de la operación del Espíritu de Dios dentro de nosotros, motivado por el amor a la gloria y el honor a Dios. La verdadera vida cristiana es el cumplimiento de la ley por medio de un poder único, debido a un deseo abrumador. Esto requiere un estándar externo o código de conducta, un poder en nuestro interior que lo haga posible, y un motivo que nos impulse a hacerlo". [2]



De otra parte, el legalismo "es un comportamiento mecánico y externo, el cultivo de la confianza en uno mismo a causa del deseo de ganar una reputación, mostrar una habilidad o satisfacer una necesidad de poder personal… Se trata de una ceremonia religiosa, escrupulosa y meticulosa en su forma exterior, pero por dentro, como Jesús lo describió, "están  llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia". [3]



Muchos creen que para evitar el legalismo, uno debe ser un antinomianista (una persona sin ningún tipo de ley) ¡Nada más lejos de la verdad! Ninguno que deseche alguna norma podrá liberarse del legalismo, pues el legalismo no es solo el establecimiento de normas donde la Biblia no aborda una cuestión. Debemos establecer normas o limitaciones para nosotros mismos. Por ejemplo, si uno tiene problemas con el juego del tenis porque este nos ocupa mucho del tiempo que deberíamos pasar con Dios, uno podría hacer una norma para sí mismo de no jugar al tenis. No es que el juego de tenis sea malo en sí, pero el problema llega cuando el individuo se vuelve adicto al juego y pierde el control, permitiendo que las prioridades sean mal administradas. Esta limitación podría cambiar al madurar como cristiano, pudiendo volver de nuevo a practicar el deporte con moderación.



De otro lado, el legalismo es el establecimiento de normas para otras personas, cuando la Biblia no aborda el tema. Incluso las normas para uno mismo pueden ser peligrosas si tienen un criterio erróneo. Es posible ser legalistas bajo las normas que hemos establecido para sí mismos. El legalismo se convierte en hacer "demandas injustificadas para ti mismo o para alguien más, especialmente en áreas que no están prohibidas en las Escrituras". [4]



En las Escrituras hay algunas cosas que están en blanco y negro, pero a diferencia, otras están en un tono gris. ¡Aquellas áreas que están en blanco y negro deben ser predicadas, y predicadas con fuerza! Aunque la Biblia es dogmática acerca de muchos temas, hay otros en los que no lo es. Hay algunas cosas en las que "se nos ha dado mucha libertad personal, y es legalismo hacer normas (sobre todo para alguien más) en estas áreas". [5] Legalismo es cuando un cristiano o un grupo de cristianos hacen normas para todo el mundo y además los obligan a obedecerlas. Si otros quieren hacer las mismas cosas que un grupo cristiano particular, teniendo las mismas convicciones que ellos, esto es significativo. Sin embargo, si se ven obligados a hacer algo en contra de su voluntad o sin el entendimiento, eso es legalismo. Nos convertimos en legalistas cuando hacemos demandas injustificadas sobre los demás, en las áreas que no están prohibidas por la Escritura. [6]



Daniel Segraves, escribió esto con relación al legalismo:



“En esencia, el legalismo es una dependencia por mantener la letra estricta de la ley como meritoria, aun prescindiendo de la fe. Como el legalismo es confeccionado, se expresa a menudo como una exaltación de las tradiciones humanas a la categoría de igual o superior a los mandamientos de Dios, o en una adhesión servil a una norma específica, al mismo tiempo que no se tiene en cuenta el principio detrás de la norma y su aplicación en situaciones similares. Mientras que el atractivo del legalismo para muchas personas descansa en su promesa engañosa del aseguramiento de la salvación a cambio de una obediencia perfecta, lo que realmente produce es miedo, condenación, culpa e incertidumbre. Esto se debe a que la fe del legalista está fuera de lugar. Está en sí mismo y en su capacidad de adherirse a un código de conducta, pero no en Cristo”[7]



"El legalismo significa conformidad estricta o excesiva a un código legal o a un conjunto de reglas. En un contexto cristiano, el legalismo tiene dos connotaciones negativas: (1) El intento de basar la salvación en la realización de buenas obras, o en la estricta observancia de normas y reglamentos, y (2) la imposición de normas sobre sí mismo y sobre otros, que no están basadas en las claras enseñanzas o principios bíblicos. Somos culpables de legalismo, si damos a entender que una persona alcanza la salvación por sus obras, o si predicamos reglas sin principios". [8] En efecto, la base sobre la cual el legalista por lo general justifica sus creencias y prácticas, es la mera tradición y la autoridad.



Uno de los defectos fundamentales de una persona legalista, es su punto de vista sobre la ley de Dios. La ley de Dios no es un código externo que Dios mantiene o ha realizado específicamente para la humanidad. Tampoco la ley de Dios es arbitraria. No se limita a decidir la aprobación de esto y la condenación de aquello. Más bien, la ley de Dios fluye de la naturaleza de Dios; se trata de un retrato de la persona de Dios. Cuando obedecemos la ley de Dios, no acatamos simplemente un código de conducta, sino que nos relacionamos con el mismo Dios. La ley no tiene ningún valor inherente o alguna dignidad al margen de Dios. Cuando observamos o desechamos la ley de Dios, nos relacionamos con el mismo Dios. El pecado no es sólo la ruptura de una ley, sino la transgresión contra la misma naturaleza de Dios, creando así un ataque personal contra Dios mismo. Por lo tanto el legalismo -la idea de que la ley debe ser obedecida por su propia bondad- es inaceptable. La Ley es el medio para relacionarse con el Dios personal. Cuando nos relacionamos con la ley como una entidad separada de la esencia de Dios y de su naturaleza, hemos entrado en el campo del legalismo.



Pablo advirtió acerca de un legalismo ascético que estaba atacando a la iglesia del primer siglo. En Colosenses 2:18-23, dijo que uno podría ser despojado de su recompensa en Cristo por cuatro cosas. Estas son: (1) humildad fingida, (2) culto a los ángeles, (3) No dar a Jesús su propio lugar como la cabeza del cuerpo de Cristo, (4) y someterse a mandamientos y doctrinas de hombres que enseñan que hay un beneficio espiritual en la abstención de cosas perecederas que no son inherentemente malas. [9] Estas cosas tienen un aspecto de verdadera sabiduría, pero no son más que una religión auto-impuesta que no es capaz de ayudar a una persona a superar su naturaleza pecaminosa (v.23). La humildad y la adoración que estos ascetas estaban realizando, no provino de Dios sino de su propia voluntad humana, contrariando lo que Jesús enseñó acerca de la adoración a Dios, cuando dijo que la verdadera adoración debía provenir de nuestro espíritu (Juan 4:24).



Este pasaje deja claro que cualquier conducta que nos abstenga de participar de las cosas de este mundo físico, no nos ayuda a superar nuestra naturaleza pecaminosa ni nos acerca a Dios. Si acercarnos a Dios no es el motivo que hay detrás de nuestras normas de conducta, entonces esto es probablemente legalismo, y la obediencia a ellas no debe ser ordenada a nadie, puesto que son  sólo unas reglas hechas por el hombre. Si alguien cree que la falsa humildad, las auto-imposiciones y la religiosidad pueden concedernos la espiritualidad, la santidad o el favor de Dios, perderá su recompensa en Cristo.



¿Qué tipo de legalismo ataca a la fe apostólica hoy en día? La forma más común es la que conduce "al creyente lejos de la dependencia absoluta en Cristo, hacia una confianza en sí mismo basada en su capacidad de hacer o abstenerse de ciertas cosas que no estén específicamente elogiadas o prohibidas en las Escrituras". [10] En cuanto a este tipo de legalismo, Daniel Segraves, comenta:



“Pero la segunda forma de legalismo es más sutil, más difícil de detectar y resistir, y es más propensa a encontrar aceptación entre los creyentes de todas las edades, ya que se adapta ingeniosamente a cualquier cultura y tiempo. Este es el sistema que hace que la propiainterpretación o aplicación de las Escrituras, sea igual en autoridad a la Escritura misma. Todas las prácticas ascéticas pueden, por ejemplo, ser defendidas por el llamado general de las Escrituras a la devoción, el compromiso y la santidad. Incluso la resistencia a los avances tecnológicos, se justifica apelando a que debemos  distanciarnos del mundo. Esto puede verse en las comunidades que surgieron dentro de la tradición de los anabaptistas, que repudian las cremalleras, la electricidad, los automóviles y otros inventos modernos”[11]



El legalismo enseña una salvación que se basa en las obras humanas en vez de la gracia de Dios. Este tipo de teología se desarrolla generalmente por un malentendido de cómo y dónde las obras encajan en la vida de quienes han nacido de nuevo. El legalismo es una mentalidad que lleva a una forma de vida que conduce a doctrinas que no se encuentran en la Biblia y lleva a una confianza en el rendimiento propio en lugar de la obra salvadora de Jesús en el Calvario, lo que finalmente lleva a la muerte espiritual.



Los problemas con el legalismo son infinitos. El peor problema es el factor eterno. Si alguien basa su salvación en sus propias obras, no irá al cielo sin importar cuán moral se vea, pues ha establecido su propia justicia en lugar de confiar en la justicia y la gracia de Dios (Gálatas 2:21; 5:1-4). La salvación sólo viene por la fe en la obra de Jesús en el Calvario. Uno no puede tener fe en la obra de Jesús y a la vez en sí mismo.



David Bernard comenta sobre las dificultades de un sistema legalista, diciendo:



“Además, los que siguen a un líder legalista finalmente comienzan a dudar de la validez del sistema, debido a sus reglas duras y arbitrarias. Cuando los niños crecen, empiezan a cuestionar las reglas del sistema. Cuando los nuevos conversos entran en el sistema, a menudo aceptan todo acríticamente, pero tarde o temprano, también empiezan a analizar las reglas. 

Si una iglesia está fundada sobre verdaderos principios bíblicos, resistirá el escrutinio de sus enseñanzas. El legalista, sin embargo, normalmente no da ninguna justificación sobre sus reglas hechas por el hombre, excepto apelando a la tradición y la autoridad, diciendo por ejemplo: -"¡Esto es lo que nuestra iglesia cree, y usted debe obedecer a la Iglesia!"-. "¡Esto es lo que el pastor enseña, y usted debe obedecer al pastor!"-. Este tipo de enseñanza no tendrá éxito en el desarrollo de la verdadera santidad.

Sobre todo en nuestra época de cuestionamientos eso simplemente no funciona. La gente de hoy es más sofisticada y educada que nunca antes. Hay una mayor disposición a desafiar la tradición y la autoridad. Los métodos autocráticos que a veces las personas aceptaron en el pasado, son menos eficaces en la actualidad. Además como la iglesia entrará en una era de gran renacimiento, debemos estar preparados para la llegada de miles de nuevos conversos. Si nos basamos en la tradición y el legalismo, los nuevos conversos se abrumarán o desaparecerán. Si enseñamos los principios bíblicos de la santidad, los nuevos conversos los abrazarán como su propia creencia”[12]



Los legalistas siempre exponen ciertas características. Entre las muchas, ellos exponen períodos de máximos y mínimos con base en su desempeño, se sienten frustrados por tratar de ser más santos, son contenciosos, condenan a otros que no hacen lo que ellos hacen, tienen falta de paciencia con otros que hasta ahora están creciendo en la santidad, y por lo general les gusta controlar a otros.



El legalismo no es la enseñanza de la separación del mundo; más bien, es creer que uno puede ser salvo sin hacerlo. La Biblia nos enseña a ser santos. Si la enseñanza de la separación del mundo es legalismo, entonces Dios sería el mejor legalista. Es Dios quien dijo que la amistad con el mundo es enemistad contra Él (Santiago 4:4). La Palabra de Dios es la que nos dice que la verdadera religión es guardarse sin mancha del mundo (Santiago 1:27). Es la Palabra de Dios la que declara que si tú amas al mundo, entonces no amas a Dios (1. Juan 2:15-16). Si tú no amas los mandamientos de Dios, entonces no amas a Dios. En la Biblia, no se encuentra el antinomianismo.



El legalista y un verdadero santo (hombre o mujer) de Dios, pueden hacer las mismas "obras", pero ambos tienen diferentes interpretaciones y puntos de vista de cómo y dónde sus obras encajan en su salvación. El legalista cree que sus obras ganan o mantienen su salvación, mientras que el santo (varón o mujer) de Dios entiende que está viviendo como lo hace porque es salvo y sólo quiere agradar a su Amante. Como dijo Stedman: "Es por eso que en cualquier actividad cristiana, tú tienes que tener cuidado de que tu confianza interior esté en Dios y no en ti mismo. De lo contrario todo saldrá mal y esto hará toda la diferencia entre el cielo y el infierno, entre la vida y la muerte. Tú puedes hacer exactamente lo mismo que otras personas hacen, y si tú lo haces confiando el algo más que no sea el Espíritu de Dios, lo que ellos hagan bendecirá a la gente, pero lo que tú hagas los maldecirá". [13]



Entonces, ¿qué debes hacer si te das cuenta de que estás esclavizado en el legalismo? Es muy simple. Todo lo que debes hacer es arrepentirte de tus pecados, creer que la misericordia de Dios te ha perdonado y que su gracia te ayudará a vivir por encima de este vicio. Arrepiéntete y cree. Parece demasiado fácil para ser real, pero es el camino que Dios ha establecido. Tú no puedes hacer alguna obra para ayudar a Dios a favor de tu salvación, ¡Solamente ríndete y permítele a Dios que te justifique por la fe y la confianza en Él!

 

Ver también: Lo Que Es y Lo Que No Es Legalismo

Referencias

[1] Ray C. Stedman, Legalismo (Palo Alto, CA: Discovery Publishing, 1995), p. 2. 
[2] Ibídem, 4. 
[3] Ibídem, 5. 
[4] Ibídem, 3. 
[5] Ibídem 
[6] Ibídem 
[7] Daniel L. Segraves, Obras Completas (Stockton, CA: np, 1992), p. 63.
[8] David K. Bernard, Santidad Práctica: Una Segunda Mirada (Hazelwood, MO: Word Aflame Press, 1985) p. 33-34.
[9] Segraves, p. 74. 
[10] Ibídem, 75. 
[11] Ibídem, 76. 
[12] Bernard, 66-67. 
[13] Stedman, 4.

 

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