Por Julio César Clavijo Sierra
El tiempo, solo comenzó a transcurrir desde el primer día de la creación, cuando Dios creó los cielos y la tierra y separó la luz de las tinieblas (Génesis 1:1). Se puede definir el tiempo, como la duración de las cosas o de los eventos que están sujetos al cambio, que permite ordenar los sucesos en secuencias, estableciendo un pasado, un presente y un futuro. En contraste, la eternidad es una perpetuidad sin principio ni fin. La eternidad está por fuera del tiempo.
La Biblia dice que en el primer día, Dios separó la luz de las tinieblas, llamando al periodo de luz: día, y al periodo de tinieblas: noche (Génesis 1:2-3).
Recién creada la tierra, esta se encontraba desordenada y vacía. Estaba vacía, porque todavía no había seres vivientes que la poblaran, y estaba desordenada, porque apenas Dios empezaba a ejecutar su proyecto de creación del universo.
Del relato de Génesis 1, surge necesariamente esta pregunta: ¿Si el sol solo fue creado hasta el cuarto día (Génesis 1:14-19), entonces de dónde salía la luz que alumbraba al planeta y que contribuyó al conteo de los tres primeros días?
Una respuesta admisible, es que esta luz salía de la misma gloria de Dios que resplandecía sobre la tierra. Dios es el dador de la vida, y es de Él que sale la energía que trae el milagro de la vida sobre nuestro planeta. Dios es el manantial de vida y es en su luz que vemos la luz (Salmo 36:9). El sol es solo un medio que Dios utiliza para irradiar la luz y el calor necesarios para la vida, pero si Dios quiere puede prescindir de este astro, buscando otra manera de traer luz y calor. Muchos hombres han cometido el error de adorar al sol, pensando que este es la fuente de vida, cayendo en el pecado de la idolatría, que consiste en adorar a las criaturas antes que al Creador el cual es bendito por los siglos de los siglos (Romanos 1:25).
La Escritura nos enseña que en los cielos nuevos y la tierra nueva que esperamos según las promesas de Dios (2. Pedro 3:13), no va a haber sol que alumbre, porque Cristo nuestro Señor será nuestra lumbrera, y la luz saldrá de la misma gloria de Dios. Allí no habrá tinieblas, pues será una eternidad donde la luz de Cristo nunca dejará de resplandecer.
“La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que brillen en ella; porque la gloria de Dios la ilumina, y el Cordero es su lumbrera… Sus puertas nunca serán cerradas de día, pues allí no habrá noche” (Apocalipsis 21:23-25). “No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 22:5).
La luz está directamente relacionada con la vida. Sin luz no podría existir la vida sobre el planeta tierra. Dios creó la luz para que todo lo que hay pudiera permanecer. Dios que es la fuente de vida, es también luz, y no hay ninguna tiniebla en Él. (1. Juan 1:5).
Todos los que tenemos vida espiritual debemos contar con la luz de Dios en nuestras vidas, pues “Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1. Juan 1:6-7).
Existen dos clases de luz. Una luz natural proveniente del sol que suscita la vida física de todos los seres vivos que se encuentran en nuestro planeta; y otra luz que da vida espiritual a los hombres que aman a Dios, y que proviene del Sol de Justicia quien es Jesucristo el Señor.
“Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de Justicia, y en sus alas traerá salvación; y saldréis, y saltaréis como becerros de la manada” (Malaquías 4:2).
El mundo estaba en tinieblas, pero Cristo vino a traer luz, porque:
“En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Juan 1:4-5).
Por eso, Jesucristo dijo:
“Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Juan 8:12).
Los redimidos por la sangre de Jesús, somos ese pueblo que andaba en tinieblas, sobre los cuales, por la pura misericordia del Señor, ha resplandecido gran luz, la luz de Cristo (Mateo 4:16-17). “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, con que nos visitó desde lo alto la aurora, para dar luz a los que habitan en tinieblas y en sombra de muerte; para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lucas 1:78-79). “Con gozo dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz; el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo” (Colosenses 1:12-13).
Todo aquel que tiene la vida de Dios, anda en luz. Todo aquel que está lejos de Dios está todavía en tinieblas, y se encuentra muerto en delitos y en pecados. El diablo ha cegado el entendimiento de la gente para que no les resplandezca la luz de Jesucristo, pero los que han abierto su corazón a Jesucristo, han sido iluminados en el conocimiento de Dios.
“…el dios de este siglo [el diablo] cegó el entendimiento de los incrédulos, para que nos les resplandezca la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios. Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como vuestros siervos por amor de Jesús. Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2. Corintios 4:4-6).
El hombre no tiene luz en sí mismo. Es por haber recibido esa luz de Dios, que la Biblia dice que la Iglesia ha recibido luz, y se ha constituido en la luz del mundo.
“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que están los cielos” (Mateo 5:14).
“Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz, y la gloria de Jehová ha nacido sobre ti. Porque he aquí que tinieblas cubrirán la tierra, y oscuridad las naciones; mas sobre ti amanecerá Jehová, y sobre ti será vista su gloria. Y andarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu nacimiento” (Isaías 60:1-3).
Por eso, no es hora de estar durmiendo (espiritualmente hablando), sino de estar despiertos. Los que duermen lo hacen de noche y son de las tinieblas, los que están despiertos, son del día, y están en luz.
“Y esto, conociendo el tiempo, que es ya hora de levantarnos del sueño; porque ahora está más cerca nuestra salvación que cuando creímos. La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de luz. (Romanos 13:11-12)
“Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sorprenda como ladrón. Porque todos vosotros sois hijos de luz e hijos del día; no somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios. Pues los que duermen, de noche duermen, y los que se embriagan, de noche se embriagan. Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo. Porque no nos ha puesto Dios para ira, sino para alcanzar salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1. Tesalonicenses 5:2-9).