Por Julio César Clavijo Sierra
En el principio ya era la Palabra, y la Palabra era acerca de Dios, y Dios era la Palabra. Efta era en el principio acerca de Dios” (Juan 1:1-2) [Biblia del Oso, 1569 – Casiodoro de Reina]
El prólogo del evangelio de Juan, está lleno de majestuosidad literaria, pero ante todo, de una grandiosa exposición teológica, que nos enseña que antes de crear todas las cosas, Dios tuvo el deseo de revelarse o darse a conocer al hombre por medio de su Palabra. En el principio ya era la Palabra. Desde la eternidad, la Palabra era acerca de Dios, se refería a Dios, o estaba relacionada con Dios, del mismo modo que la palabra (o razón) de un hombre pertenece a ese hombre.
El vocablo griego ‘logos’ (λόγος), traducido al idioma latín es ‘verbum’, y su equivalente español es ‘palabra’. Así, las versiones bíblicas españolas que han vertido ‘λόγος’ como ‘verbo’, no han hecho una verdadera traducción, sino más bien una acomodación de ese vocablo latino, que brota de las reminiscencias de la versión de la Biblia llamada ‘La Vulgata Latina’, versión que fue usada durante la edad media, cuando el latín era el idioma más importante en el mundo. Vale la pena destacar, que Casiodoro de Reina, el célebre traductor de la Biblia al idioma español, hizo una verdadera traducción al verter ‘logos’ como ‘palabra’. Esa traducción se mantuvo por unos 293 años, hasta que en 1862, Lorenzo Lucena Pedrosa, al revisar la Versión Reina-Valera, desmejoró la traducción, y haciendo un retroceso, cambió ‘palabra’ por ‘verbo’. En el año de 1909, las Sociedades Bíblicas Unidas tomaron el trabajo de Lucena, le hicieron unas pequeñas revisiones, y por eso la versión RV60, que es actualmente la versión más usada en el mundo hispanoparlante, dice ‘verbo’ en lugar de ‘palabra’.
El término griego ‘logos’, significa (1) Un pensamiento o concepto y (2) la expresión o declaración de ese pensamiento. La concordancia exhaustiva de Strong, presenta λόγος como: “algo dicho (incl. el pensamiento); por impl. tema (sujeto del discurso), también razonamiento (facultad mental) o motivo; por extens. cálculo; espec. (con el art. en Juan) la Expresión Divina (i.e. Cristo):- noticia, palabra, plática, pleito, predicar, pregunta, propuesta, razón, sentencia, tratado, verbo, arreglar, asunto, cosa, cuenta, decir, derecho, dicho, discurso, doctrina, evangelio, exhortar, fama, frase, hablar, hecho, mensaje”. [James Strong. Concordancia Exhaustiva de Strong, con el significado de las palabras en hebreo y griego. Tomado del Programa electrónico E-Sword].
Así, en Juan 1, La Palabra (en griego: logos, en latín: verbum) es la manifestación de la voluntad de Dios o la Palabra reveladora de Dios, que estuvo con Dios desde la eternidad como su plan eterno acerca del hombre, y que lo fue revelando desde el momento en que Dios lo creó todo pronunciando su palabra (Génesis 1:3, 1:6, 1:9, 1:11, 1:14, 1:20, 1:24, 1:26), “porque él dijo, y fue hecho; Él mandó, y existió” (Salmo 33:9) y por eso “las cosas invisibles de él, su eterno poder y Deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas” (Romanos 1:20). La Palabra también lo reveló, en la medida en que él se fue dando a conocer progresivamente en los tiempos del Antiguo Testamento (Lucas 1:44). La revelación definitiva y más grande de la Palabra, se ha dado por medio del Hijo, quien es la Palabra (o revelación de Dios) hecha carne (Juan 1:14), porque Dios habló muchas veces y de muchas maneras en el tiempo antiguo por medio de los profetas, pero en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo” (Hebreos 1:1-2). El Hijo es quien ha dado a conocer el propósito de Dios para la humanidad (Juan 1:18). El Hijo es el varón perfecto (Efesios 4:13) y el segundo Adán (Romanos 5:12-21).
La forma griega de la frase “y la Palabra era acerca de Dios”, es “kai ό λόγος ήν πρòς τòν θεόν”. La segunda parte de esta cláusula está expresada en el caso acusativo. La preposición pros (gr. ‘πρòς’) en el caso acusativo, puede significar “hacia, a, en relación a, contra, para, cerca de” [Jaime Bereger Amenos. Atenea: Método de Griego. Duodécima Edición. Casa Editorial Bosch, Barcelona, 1972. Pág. 136]. Cuando Casidoro de Reina tradujo: “y la Palabra era acerca de Dios”, él estaba aceptando que “la Palabra se refiere a Dios” o que “la Palabra está relacionada con Dios”. ‘Acerca’, es una locución preposicional “sobre aquello de que se trata, en orden a ello” [Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, Vigésima Edición].
Lamentablemente Lorenzo Lucena Pedrosa, también desmejoró esa traducción, al cambiar ‘acerca’ por ‘con’. Sin embargo, toda turbación es alejada, cuando comprendemos que ‘con’, en algunos de sus usos, expresa la idea de relación, como en la frase “No habla ‘con’ su novia”.
La clave para entender el plan de Dios, es Cristo Jesús (la Palabra hecha carne), pues toda la revelación divina gira en torno a Él. La Palabra es la razón y el lenguaje de Dios para con el hombre. Cristo “es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación” (Colosenses 1:15). Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (1. Corintios 24), Cristo es Dios mismo manifestado en carne (Romanos 9:5, 1. Timoteo 3:16). Cuando nosotros hablamos, enseñamos o predicamos la Palabra de Dios (el plan de Dios para con el hombre), realmente estamos hablando, enseñando, o predicando a Jesucristo, quien es la revelación completa de Dios para la humanidad, ya que Dios mismo tomó forma de siervo y condición de hombre para venir a salvar (Filipenses 2:5-8).
La gran verdad proclamada por la Santa Escritura, es que Dios mismo se convirtió en nuestro Salvador (Isaías 35:4, 53:22), cuando se manifestó en carne como el Hijo de Dios (Lucas 1:35) o el hombre perfecto (Efesios 4:13), a fin de mostrarnos con su ejemplo la forma en la que Él quiere que vivamos (1. Pedro 2:22), y para poder pagar el precio de nuestros pecados (Hebreos 2:14, 9:22). El Padre Eterno, tomó un tabernáculo de carne (un templo de carne – Juan 1:14, Juan 2:20) para habitar en medio de nosotros (Mateo 1:23). El Hijo, fue el verdadero tabernáculo que levanto el Señor y no el Hombre (Hebreos 8:2). Por eso Jesús es verdaderamente el Padre y el Hijo. Es el Padre porque Él es el único Dios eterno, y es el Hijo porque Dios mismo se manifestó en carne como un hombre. Jesús, como Hijo, afirmó que el Padre moraba en Él (Juan 14:9) recalcando que Dios fue manifestado en carne (1. Timoteo 3:16). El apóstol Pablo lo ratifica al decir que en Cristo, habita corporalmente toda la Plenitud de Dios (Colosenses 2:9), ya que el Padre habita en el Hijo (Juan 14:9).
Cuando Dios se manifestó en carne, nos revelo su nombre Admirable (Isaías 52:6), y por eso Jesús es el nombre sobre todo nombre (Hechos 4:12, Filipenses 2:9-10). Jesús es el único nombre de Zacarías 14:9, que comprende e incluye todos los otros nombres de Dios dentro de su significado. Por eso Jesús, significa verdaderamente Emanuel (o Dios con nosotros), Luz del Mundo, El Camino, La Verdad, La Vida, Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz, Rey de reyes, Dios de dioses, etc.
La enseñanza de la Biblia es sencilla pero profunda: ¡El único Dios vino a salvar! Dentro de su plan, auto-revelación o Palabra que él tuvo para con el hombre, estaba predeterminado que en un tiempo preciso Él mismo se manifestaría en carne. Él mismo, como todos los demás hijos (los demás hombres) participaría de carne y sangre, convirtiéndose en un verdadero Hijo (Hebreos 2:14), en el hombre perfecto (Efesios 4:13).
Sin embargo, sectas como los trinitarios (en sus distintas ramas católica romana, protestante y ortodoxa griega) y los llamados “Testigos de Jehová”, han querido ocultar esa verdad, inventando cosas que no se encuentran en el texto sagrado del evangelio según Juan, fantaseando que el único Dios y Padre, antes de crear todas las cosas, estaba acompañado de alguien más, que según los trinitarios era tan Dios como él (o una persona divina), y que según los “Testigos de Jehová” era un semidiós. Ninguna de esas dos exposiciones tiene base Escritural, y son simplemente producto de las antiguas especulaciones neoplatónicas y gnósticas. Ambos, el trinitarismo y el arrianismo, tienen sus raíces en esas especulaciones filosóficas, pero no en la Biblia.