Por Jorge Enrique López
El bautismo establecido por Dios en las Escrituras, es la muerte y sepultura del viejo hombre que está viciado de delitos y pecados.
La palabra bautizar; significa: sumergir, hundir, zambullir, inmergir, sepultar.
Cuando se entierra un cadáver, este se deposita en un hoyo (fosa) y luego se cubre con tierra. Posteriormente se le coloca una lápida (piedra). Eso es sepultar. Cuando se habla del bautismo en la Biblia, es el mismo proceso pero dentro del agua.
El día que el Señor Jesús fue bautizado, subió luego del agua (Mateo 3:16). Esto quiere decir que Juan no le derramó el agua en la cabeza, sino que lo sepultó dentro del agua.
Lo mismo sucedió cuando Felipe bautizó al etíope, “…descendieron ambos al agua, Felipe y el eunuco, y le bautizó” (Hechos 8:38). Queda claro y definido, que el bautismo bíblico es sumergiendo al candidato dentro del agua.
Es menester aclarar que para bautizar a una persona según el orden establecido por Dios, el que bautiza debe tener una investidura ministerial. Si la ha perdido; ese bautismo ya no tiene valor delante de Dios.
De igual manera, tampoco ninguna validez espiritual, ese bautismo sobre el que se derrama agua con sal sobre la cabeza de las personas. La Biblia no hace ninguna mención de bautismos para niños.
El bautismo, es entonces, la obediencia a la fe en la muerte y resurrección triunfal de Jesús, pues por medio del bautismo morimos al pecado, pero vivimos para Dios en Cristo. El que ha sido bautizado en Cristo [en el nombre de Cristo como obediencia a su Palabra] de Cristo está revestido (Gálatas 3:27). Cuando nos bautizamos en el nombre de Jesucristo, estamos creyendo que Jesús fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados, que la paga de nuestra paz fue sobre Él; y que por su llaga bendita fuimos nosotros curados (de la asquerosa lepra del pecado)
Al practicar el bautismo bíblico, creemos que hemos sido sepultados juntamente con Cristo para sepultar la pasada manera de vivir. Porque si fuimos plantados (sepultados, bautizados) juntamente con Él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección. (Roanos 6:5). El que ha sepultado (bautizado) al viejo hombre, ha sido justificado (exonerado, librado, libertado) del pecado. Y si morimos con Cristo (en el bautismo) creemos que también viviremos con él (Romanos 6:8).
Así también vosotros [que habéis sido muertos con Cristo] consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo (Romanos 6:11).
Ahora, si el individuo no ha sepultado al viejo hombre por medio del bautismo, tampoco ha sido justificado, y menos resucitado (sigue muerto espiritualmente) quien quiera que sea. Cuando un criminal permanece vivo, el sumario contra él sigue activo. La policía lo busca, lo persigue; pero si este muere, su sumario también muere con él. A un cadáver sepultado, no se le puede sentar en la silla de los acusados y menos hacerle un juicio.
Jesús nos explicó esto con la hermosa figura del grano de trigo. “De cierto, de cierto os digo, que si el grano de trigo no cae en la tierra [es plantado, sepultado] y muere, queda solo; pero si muere llevaba mucho fruto” (Juan 12:24). En otras palabras: Cualquier semilla para producir vida, debe morir primero, entonces sí surge la planta. Al enterrarse en la tierra, su caparazón protectora se rompe (muere), entonces surge una vida nueva que estaba encerrada en ella. La semilla brota y crece sin que el labrador sepa cómo, pero en la semilla lleva el precioso fruto de la vida, y esta surge de debajo de la tierra, primero hierba, luego espiga, después grano lleno en la espiga (Marcos 4:26-29). La sepultura del grano se hace imprescindible, porque si no se entierra, la semilla se pudre y se pierde y no produce nada. Por medio de la sepultura, la semilla puede producir una nueva forma de existencia, llevando mucho fruto.
El grano de trigo es una hermosa figura de la necesidad de la muerte de Jesús, y con ella la nuestra. ¿Se imagina usted si Jesús no hubiera muerto lo que habría pasado? Primero: No habría resurrección. Al no haber resurrección nuestra predicación sería una mentira y nuestra fe una falacia. Seriamos tan falsos maestros como los que no han conocido la verdad. El evangelio sería una artimaña, un verdadero engaño. Si Jesús no muere y resucita, no se habría cumplido la profecía, entonces Dios y los profetas serían unos mentirosos. Si Jesús no muere y resucita, el diablo sería el líder supremo de este universo; y nuestro viejo hombre se apoderaría de nosotros, con su naturaleza pecaminosa, destruyéndonos.
Jesús tenía que morir, para que se cumpliese todo lo que de Él estaba Escrito, para llevar muchos hijos a la gloria, para vencer al diablo con su muerte, y a la muerte con su resurrección. La sangre de Cristo fue derramada para comprar con ella a la iglesia verdadera. Además era necesaria la muerte de Jesús, para nuestra redención y el perdón de nuestros pecados.
Si no hay muerte en el bautismo, tampoco habrá resurrección espiritual ni física. Entonces se cumplirá lo que dijo el Señor: “Me buscaréis, y no me hallaréis; y a donde yo estaré, vosotros no podréis venir” (Juan 7:34).
Él está vivo, y en su resurrección subió por encima de todos los cielos, por encima de todo principado, sobre toda autoridad, sobre todo poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero (Efesios 1:20-23).
Finalmente, el escritor sagrado, certifica: “Porque si fuimos plantados juntamente con él, en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado” (Romanos 6: 5-6).
Una vez sepultados juntamente con Cristo para muerte por el bautismo, Dios nos ofrece una vida nueva de mucha calidad, vida que no termina sino que trasciende más allá de las fronteras del sepulcro: Vida eterna. Te invitamos a recibirla, bautizándote en el único nombre que hay para salvación, en el nombre de Jesucristo.