Por Jacobo Clavijo Sierra

Todos los seres vivos que habitamos este planeta, tenemos un ciclo vital. Nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos. Este fue el designio de Nuestro Dios. Estamos programados para vivir una cierta cantidad de años, dependiendo de la especie a la cual pertenecemos. Todos los seres vivos cumplimos este ciclo vital. Para los hombres, la muerte se presenta entonces como algo natural que debemos comprender como una etapa más, donde termina la existencia de nuestro cuerpo, pues nuestra alma permanece hasta el día en que nuestro Dios juzgue a los vivos y a los muertos, y más allá según sus designios, como lo declara la Escritura.


Dios creó al hombre y a la mujer en el paraíso y los envió a señorear sobre toda su creación, pero les dio la oportunidad de elegir. El hombre eligió la desobediencia, y como consecuencia de esto entró la muerte al mundo. El hombre vivía luego de entrada la muerte al mundo hasta 969 años, como fue el caso del hombre de vida más larga llamado Matusalén; pero otros también tuvieron vidas muy largas como Jared 962 años, Adán 930 años, Set 912 años, Cainán 910 años, Enós 905 años.

La Palabra de Dios declara que la capacidad reproductiva del hombre permanecía hasta su edad avanzada, pues Noé (de quien su padre declaró que sería un hombre de bendición para el mundo) engendró a sus hijos Sem, Cam y Jafet a la edad de 500 años, y estos 4 hombres junto con sus esposas fueron los 8 que sobrevivieron al diluvio, cuando el Señor eligió a Noé, luego de que éste halló gracia ante sus ojos para preservar a la humanidad del castigo que vendría sobre sus contemporáneos,  quienes eran hombres  malos cuyo pensamiento en su corazón era de continuo solamente el mal. Asimismo, cuando Dios determinó el diluvio, el Señor dijo que los días del hombre serían 120 años, pues no contendería su espíritu para siempre con el hombre, debido a nuestra inclinación al mal  (Génesis 6:3). El Señor Nuestro Dios nos daba 120 años de vida para exhortarnos al bien e inclinar nuestro corazón hacia Él.

Luego, observamos en las Escrituras a Abraham, padre de muchedumbre de gentes, manifestando luego de postrarse sobre su rostro, la admiración cuando Dios le declaró que sería padre a los 100 años, y que su esposa Sara sería madre de 90 años, aún cuando ya le había pasado el tiempo de su fertilidad (Génesis 17).

Más adelante, en las Escrituras, encontramos a Moisés, varón de Dios, con quien nuestro Dios habló cara a cara declarándole que mil años delante de los ojos de nuestro Dios son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche (Salmo 90:4). En este mismo Salmo se afirma que los días de nuestra edad son setenta años y en los más fuertes ochenta años, que pasan rápidamente y volamos, y se nos invita a reflexionar acerca de la eternidad de Dios y de nuestra brevedad delante de Él, para que nos sometamos a sus designios y prestemos obediencia a su corrección, y su luz resplandezca sobre nosotros.

Si bien es cierto que actualmente las condiciones sanitarias de la poblacion mundial han mejorado y junto con ellas la esperanza de vida de las personas, también es cierto que el desarrollo no es igual en todo el mundo, y aún subsisten grandes zonas del mundo muy deprimidas. También la medicina ha tenido grandes avances que han permitido la curación y erradicación de muchas enfermedades, pero a pesar de todo, con el incremento de la expectativa de vida también han aumentado las enfermedades crónicas y degenerativas, que afectan a una población de ancianos cada vez mayor, comparativamente con la proporción de población joven. Lógicamente que la esperanza de vida del hombre nunca puede ser mayor a lo que los designios de nuestro Dios tracen, por eso en los países de mejores condiciones de salubridad y por ende de desarrollo, las cifras de la esperanza de vida de las personas son muy similares a las que Moisés inspirado declaró en su oración del salmo 90 citado en este artículo. 

En países pobres, o con gobiernos corruptos, donde hay malas condiciones de salubridad, y en ocasiones azotados por la sequía o las guerras, hay muchas personas con desnutrición, y la mortalidad infantil y materna es alta, en ellos la esperanza de vida se reduce mucho. Mientras tanto, en algunos países ricos, debido a la abundancia y a los malos hábitos de alimentación y de vida, la gente sufre de obesidad, lo que aumenta el número de pacientes con enfermedades crónicas. Sea cual fuere nuestra propia realidad, lo importante en cada uno de estos casos, es haber calzado nuestros pies con el apresto del evangelio de la paz para estar firmes en nuestras convicciones y seguir hacia adelante, sin desviarnos ni a la derecha ni a la izquierda, sino teniendo como principal meta nuestra salvación, acudir prestos a puerto seguro que es morir en las manos de nuestro Dios, quien nos guiará a la vida eterna, mas allá de la muerte.

La vida es realmente muy hermosa, y con Cristo aún más preciosa es; la muerte nos causa dolor, y separa al hombre de sus seres queridos. No queremos morir y ante la enfermedad luchamos, investigamos, oramos, procuramos una solución que evite el fatal desenlace; sin embargo, a pesar de obtener éxitos, y con todos los medios que interpongamos, aunque obtengamos victorias en algunos momentos, la muerte inexorablemente aparecerá algún día sobre cada uno de nosotros. Lo importante es, que dure nuestra vida lo que dure, mucho o poco, no nos separemos de nuestro Dios ni un instante, y nuestra lucha a nivel espiritual sea muy eficiente para alejar de nosotros el pecado y traer a muchas más personas al conocimiento de Dios, que es lo más importante en la existencia de todos y cada uno de nosotros.

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