Por Dr. W. J. Ouweneel (biólogo cristiano) Publicado originalmente en idioma holandés, en abril del año 1975.
Hoy en día la mayor parte de los profesores de biología –Llámense cristianos o no- dicen a sus alumnos que la evolución es un hecho científico, aceptado por todo hombre de ciencia. Esto lo hacen porque gran parte de ellos están mal informados y jamás han hecho un estudio exhaustivo de las así llamadas pruebas de la existencia de la evolución. Por tal motivo, se recomienda este librito a todos aquellos que se encuentran envueltos ante la incertidumbre de este difícil problema, y quieren responder con certeza a su pregunta: ¿Cuál es la verdad: Creación o evolución? Este material es muy sencillo y claro, porque fue escrito originalmente para jóvenes adolescentes. Para sorpresa, esto es lo que también ha atraído a muchas personas de diferentes edades a estudiarlo. El autor también tiene un libro en holandés titulado “operatie Supermens” (“Operación Superhombre”), que cubre los mismos temas tratados en este librito, pro con mucho más detalle.
Este librito se ha escrito especialmente para los jóvenes que se han enfrentado con un problema difícil: “¿Cuál es, realmente, la verdad? ¿Fue el mundo creado por Dios, o llegó a ser mediante la evolución (desarrollo gradual)?” ¡Verdaderamente, esta es una pregunta muy grande! Tal vez has experimentado por ti mismo: En el hogar, en la clase bíblica o en las reuniones cristianas que visitas has oído desde niño que todas las cosas fueron creadas por Dios. Dios hizo la tierra, las plantas, los animales y las personas. Eso lo sabemos por la Biblia; y la Biblia es el libro de Dios, la Palabra de Dios.
Pero en el colegio, tu profesor de bilogía o el de geografía (¡o tal vez el de religión!) ¡te ha dicho algo muy distinto! Te ha contado que la tierra se desarrolló muy despacio, a partir de “una nube de gas” o algo así. Y las plantas y los animales tampoco fueron creados, sino que se formaron “solos” a partir de materia muerta. Primero hubo “organismos” muy pequeños, muy simples; y a partir de éstos se desarrollaron, muy lentamente, otros organismos mayores y más complejos (o sea, plantas y animales). ¡Eso duró muchos millones de años, te dijeron! ¿Y los hombres? Estos se desarrollaron muy lentamente a partir de una especie de mamíferos parecidos a los monos. Y eso también duró muchos cientos de miles de años. ¡Aquí tienes! ¿Cuál es la verdad: creación o evolución? O, muy personalmente: ¿Eres un mono mejorado o una creación de Dios? Tal vez digas: “Un momento, ¡mi profesor (o pastor) dijo que la creación y la evolución no se contradicen en absoluto! Dice que Dios muy bien pudo haber creado todo mediante la evolución”. En ese caso, Dios habría “creado” las plantas y los animales haciéndolos desarrollarse lentamente unos de otros… Seguro, Dios hubiera podido hacer eso.
Pero, ¿lo hizo Dios así? ¿Por qué piensa eso tu profesor? ¿Es porque la Biblia dice que Dios creó de esta manera? No, en absoluto. Él sabe bien que, en la Biblia, “crear” es un acto instantáneo de Dios. En los Salmos leemos: “Porque él dijo y fue hecho; Él mandó, y existió (Salmo 33:9). Y tu profesor también sabe muy bien que la Biblia no habla en ninguna parte de periodos de millones de años en los cuales Dios gradualmente formó las plantas, los animales y los hombres. Al contrario, la Biblia dice: “En seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día” (Éxodo 20:11). Así que, aunque tu profesor o pastor hable de un Dios que crea mediante el proceso de evolución, ¡no tiene la propia Palabra de Dios de su parte! La Biblia no habla de un lento desarrollo a través de millones de años, sino de actos repentinos de creación durante seis días. El problema es, por lo tanto: o bien creación (tal como la Biblia habla de ella), o bien evolución. Pero, ¿cómo es posible que tu profesor que dice ser cristiano (por lo menos, habla de un Dios que crea), sin embargo crea en la evolución, aunque sabe que eso está en contradicción con la sencilla información de la Biblia? Es porque se le ha enseñado que la evolución es un hecho científico irrefutable que ningún científico sensato pone en duda.
Y así, el pobre hombre llega a la conclusión de que las enseñanzas literales de la Biblia no pueden ser exactas, y por eso las tuerce declarando que Dios creó mediante la evolución. ¡Pero, al hacer eso, tu profesor no está ni en un lado ni en el otro! Si les dice a sus colegas incrédulos que él también cree en la evolución – claro, ¡él no es tan anticuado! -, pero que Dios dirigió el proceso evolutivo, ellos se burlan de él. Porque los verdaderos evolucionistas versados no necesitan a Dios para nada. No hay lugar para Dios en sus enseñanzas. Dicen: “Dennos miles de millones de años, y la ciega casualidad hará lo demás”. El “tiempo” y la “casualidad” son los dioses que engendran la evolución. Y si tu profesor se vuelve hacia los cristianos que creen en la Biblia, y les dice que él también cree en la creación – claro, ¡él no es tan anticristiano!-, pero que Dios creó mediante la evolución, ellos le miran con tristeza. Porque los cristianos fieles que aún se atreven a creer enteramente en la Palabra de Dios, saben muy bien que tu profesor entiende por “crear” algo muy diferente de lo que entiende la Biblia. No hay lugar para la evolución en la fe de ellos.
A pesar de lo que diga tu profesor cristiano, el problema sigue en pie, tan enorme como siempre: “¿Cuál es la verdad: creación o evolución?” las dos cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo, eso lo veremos luego más claramente. Así que, en algún punto te has dejado engañar. Sucede una de estas dos cosas: O bien has oído y creído desde niño que Dios hizo el mundo en seis días, pero siempre te has dejado engañar con eso, porque ahora las personas “entendidas” te dicen que es un dato científico seguro, aceptado por todos, el hecho de que todas las cosas y organismos se formaron mediante la evolución; o bien sucede lo contrario: Tus profesores y quizás tu pastor te han convencido de que todos los científicos creen en la evolución y que ésta se ha demostrado científicamente, y siempre te has dejado engañar con ese cuento; y eso a pesar de que sencillamente no es cierto lo que dicen. Además, el mismo Dios todopoderoso nos ha revelado que el mundo no evolucionó, sino que fue creado. Y Él debe saberlo, porque Él mismo lo hizo. En resumen, ¿qué debes creer: Un libro religioso desesperadamente anticuado, o la supermoderna ciencia? ¿Qué debes creer: una teoría de evolución ideada por los hombres, pero que no es sostenida por los hechos, o la Biblia, la Palabra perfecta que viene directamente del mismo Creador? ¿Qué es al fin: creación o evolución?
Temo que hoy en día la mayoría de los profesores de la bilogía – llámense cristianos o no – les dicen a sus alumnos que la evolución es un hecho científico que ningún hombre de ciencia pone en duda. Pero no debes pensar que esos profesores deliberadamente engañan a sus alumnos; claro que no. Ellos realmente creen que la evolución es un hecho científico. No es que ellos mismos lo hayan investigado, ¡porque desgraciadamente la mayoría de los biólogos jamás han hecho un estudio realmente profundo de las llamadas “pruebas” de la existencia de la evolución! Eso tal vez parezca extraño, pero sin embargo es así. Resulta que la evolución es una materia muy especial, que tan sólo una pequeñísima parte de los biólogos ha estudiado a fondo. Entonces, ¿cómo “saben” los profesores de biología tan positivamente que descienden por evolución de los organismos más sencillos? Bueno, eso lo creen sobre la autoridad de otros. Aprendieron a ver la evolución como hecho científico sin haber estudiado concienzudamente las “pruebas”; y además, generalmente nunca se han encontrado con algún biólogo que piense de otra manera, y así… Y ¿sabes qué es tan divertido? ¡Cuánto menos entienda alguien de evolución, tanto más firmemente cree en ella! Afortunadamente, los especialistas en evolución a menudo son investigadores cuidadosos y críticos.
Pero sus alumnos, que solo han oído hablar de ella y nunca han visto nada de los complicadísimos problemas relacionados con la creencia en la evolución, no tienen dificultad alguna y se enojan mucho más rápidamente si alguien levanta una objeción. Y lo más gracioso (o mejor, lo más triste) es esto: Parece que muchos pastores y teólogos, que no entienden nada de bilogía, se están convirtiendo en los defensores más entusiastas de la creencia en la evolución. ¡Pobres lo que asisten a sus iglesias! Sí, y los estudiantes de enseñanza media, que entienden aún menos de los problemas que los estudiantes de biología, también se están convirtiendo en ardientes defensores. Durante un tiempo, yo también fui profesor de biología en un colegio cristiano, y ¿qué pasó? ¡Yo no trataba de convencer a las pobres ovejas de que creyeran en la evolución, sino que ellas me trataban de convencer a mí! El profesor de la escuela primaria (que naturalmente era bastante ignorante respecto al tema de la evolución) y también el maestro de religión (que sólo repetía algo que había oído acerca de la evolución) ya habían envenenado tanto a los jóvenes, que éstos me miraron incrédulos y llenos de compasión cuando les dije que no creía ni una palabra de las fábulas que habían aprendido. Ahora bien, veamos si es verdad lo que tu profesor, con toda sinceridad, te ha hecho creer: ¿Te ha dicho que ningún biólogo sensato duda ya de la evolución? ¡Eso sí es puro engaño! Tal vez él lo crea, pero no es así.
Por lo menos yo no creo en ella, a pesar de que he hecho un estudio extenso de las “pruebas”. Además hago investigaciones científicas en los dos campos biológicos que aportaron las “pruebas” más importantes de la evolución, a saber: la embriología (el estudio del desarrollo de los organismos no nacidos) y la genética (el estudio de la herencia). ¡Y yo no soy el único que duda! Desde hace años soy miembro de la “Creation Research Society” (Sociedad para la Investigación Sobre la Creación), de la cual sólo pueden ser miembros los científicos graduados que creen en la creación tal como lo describe la Biblia y que, por lo tanto, rechazan la evolución. Hay unos quinientos científicos que son miembros de esa sociedad, y entre éstos hay biólogos, geólogos, químicos, físicos, médicos y profesores. Conozco personalmente a muchos de ellos, ¡y puedo asegurarte que son personas “sensatas” que están bien en sus cabales! Algunos han ganado gran fama en su propio campo científico, como el profesor John N. Moore de la Universidad de Michigan (Estados Unidos).
Por eso, no te dejes convencer nunca más de que todos los científicos creen en la evolución. Hay muchísimos que no creen en ella. Y echa una mirada restrospectiva a la historia. ¿Ya aprendiste en el colegio acerca de Faraday, de Maxwell, de Lord Kelvin, de Luis Pasteur? Todos estos fueron eruditos muy famosos, pero todos eran “creacionistas” convencidos que combatían fuertemente el naciente evolucionismo de Lamarck y Darwin. El segundo cuento que te sirven en el colegio, es que la evolución es un hecho científico. Digamos que también se hace con buena fe, aunque cualquiera piense tan solo un poquito, siente que no puede decir eso. No es tan sencillo eso de los “hechos”. ¿Es un hecho que el sol brilla? Sí, naturalmente; si vamos a dudar de eso sería mejor acabar con la ciencia, porque entonces ya no podemos fiarnos de nuestros propios sentidos. ¿También es un hecho que hay un cambio de estaciones? Sí, seguramente, porque en primer lugar ese cambio aún se efectúa, podemos observarlo a nuestro alrededor, y en segundo lugar sabemos por la memoria propia y por los libros de historia que ese cambio en las estaciones existía antes.
¿Es también un hecho que hubo una batalla de Waterloo? Esto es más difícil, porque esa batalla ya se acabó, y ya no hay personas vivas que hayan participado en ella. Aquí nuestros sentidos ya no nos ayudan. Y, sin embargo, creemos que hubo tal batalla, porque tenemos suficiente confianza en las fuentes históricas de aquella época. Pero, ¿también es un hecho que hubo una guerra entre los griegos y los troyanos, como es descrita por el poeta griego Homero? ¡Uf! Eso se vuelve aún más difícil, porque no tenemos tanta confianza en la exactitud histórica de la descripción de Homero. Algunos dicen: Sí, hubo tal guerra, pero Homero y sus contemporáneos la han adornado con una dosis de fantasía. Otros afirman: No, nunca hubo semejante guerra; los griegos se la inventaron. ¿Qué aprendemos de esto? Pues lo siguiente: El hecho de que consideremos cierto suceso histórico (¡y también la evolución!) como un “hecho” o no, depende de esta pregunta: ¿En qué medida puedo fiarme de mis fuentes históricas? Y si se supone que ese suceso histórico aún se efectúa hoy, obviamente hago una segunda pregunta: ¿Puedo observar este proceso aún ahora a mi alrededor? Así sucede también con la evolución. Desde luego la mayor parte de la supuesta evolución ocurrió cuando aún no había personas, de modo que no había nadie que pudiera darnos un reportaje ocular de ella. No tenemos, pues, ningún documento, pero tenemos otras fuentes históricas: los estratos geológicos y los fósiles que se encuentran en ellos.
Tú sabes, naturalmente, que la corteza terrestre consta de diferentes capas, que tuvieron que haberse formado una tras otra, y que los fósiles que hay en ellas son los restos petrificados de plantas y animales. Las dos grandes preguntas son las siguientes: 1. Los estratos y los fósiles ¿dan la prueba de que en el pasado se verificó una evolución de organismos inferiores a organismos superiores? 2. La naturaleza actual ¿da la prueba de que hoy en día aún se verifique una evolución semejante, e indica cómo se lleva a cabo ese proceso evolutivo? Los evolucionistas responden a estas preguntas con un categórico SÍ, y concluyen: La evolución, por lo tanto, es un hecho histórico. Pero yo contesto a estas preguntas con un categórico NO, concluyo: La evolución, por lo tanto, no es un hecho histórico. Y más adelante demostraré por qué puedo, con razón, decir esto.
¿Tu profesor también dice que la evolución es un hecho científico? Eso es puro engaño, y eso es sencillo de demostrar, porque puedes quitarle fácilmente la máscara. No lo hagas contradiciendo pedantemente al buen hombre, porque después de todo él es biólogo y tú no eres sino un alumno ignorante. No, todo lo que tienes que hacer es formularle algunas preguntas sencillas. Pregúntale por ejemplo, lo siguiente: “Profesor, ¿puede darme unos pocos ejemplos de evolución que veamos ocurrir hoy ante nuestros ojos?” Él probablemente nombrará unos ejemplos, pero todos serán casos que demuestren que las plantas y animales pueden sufrir cambios hereditarios (lo veremos más adelante), pero nunca que puedan formarse organismos superiores a partir de organismos inferiores, y sólo eso es evolución. Tú insistes, y le dices al profesor que no estás satisfecho todavía. Quieres ver ejemplos de verdadero desarrollo de organismos superiores a partir de organismos inferiores, que podamos observar hoy con nuestros propios ojos. Entonces tu profesor probablemente te dirá que ese desarrollo es tan lento que no podemos verlo. Tú sigues molestando, y le preguntas si en los miles de años que han pasado la gente nunca has visto el desarrollo efectuándose muy lentamente.
Tal vez para entonces ya se habrá agotado la paciencia de tu profesor, pero en todo caso podrás concluir para ti mismo que nadie ha visto ocurrir verdadera evolución. En otra ocasión, cuando tu profesor esté de buen humor, te pones a probar con la segunda pregunta. Él afirma que los fósiles muestran que todos los organismos superiores se produjeron a partir de los inferiores. Ahora, sobre todo, ¡no le contradigas! De nuevo, hazle algunas preguntas sencillas. Prueba éstas, por ejemplo: “¿Cómo demuestran los fósiles que las plantas y los animales están emparentados unos con otros, o sea, descienden de los mismos organismos primitivos? “¿Cómo indican los fósiles que los principales grupos del reino animal (por ejemplo, las lombrices, los moluscos, los celentéreos, los artrópodos, los vertebrados) están emparentados entre sí?” “¿Cómo muestran los fósiles que las plantas con flores se formaron gradualmente de las plantas inferiores?” “¿Cómo demuestran los fósiles que los mamíferos se desarrollaron gradualmente a partir de los vertebrados inferiores?” Tu profesor puede dar diferentes respuestas: puede dar evasivas, puede decir sinceramente que no sabe, o puede contestar honradamente que esos indicios fósiles no existen, porque realmente así es. Quizás todavía tengas el atrevimiento de preguntarle cómo puede afirmar que estos puntos son “hechos” científicos, ¡aunque absolutamente no existen ni los menores indicios para sostenerlos! Podrías preguntarle todavía qué indicios fósiles hay para demostrar que el hombre descendió de antepasados semejantes a los simios.
Pero entonces posiblemente empiece un largo relato acerca del hombre de Neanderthal y acerca de cierto señor fósil Pithecanthropus (“hombre-simio”), porque probablemente ignora las investigaciones más recientes sobre este tema. Si es así, no sabrá que estos preciosos nombres ya no tienen ningún significado con respecto al problema de si el hombre desciende de los mamíferos simiescos. También es muy posible que no haya oído hablar del Dr. Richard Leakey en Africa. En 1973, aunque él mismo es evolucionista, Leakey tuvo que admitir públicamente que sus propios descubrimientos de huesos humanos fosilizados derriban de un solo golpe todas las teorías existentes sobre el origen del hombre, y que él no tenía otra teoría que ofrecer en su lugar…
Desde luego, existen biólogos que se dan cuenta muy bien de lo que digo. No es que los creacionistas hayan inventado estas cosas, sino que los mismos evolucionistas convencidos han exhortado muchas veces a tener cuidado. Han señalado seriamente las tesis vagas y sin pruebas de la teoría de la evolución, así como los muchos datos que se le oponen. Mira, ¡esos son los científicos cuidadosos y críticos que conocen los hechos! Sé de un profesor, evolucionista, que invariablemente interrogaba a sus alumnos para ver qué sabían realmente sobre los indicios de la evolución, ¡y sobre todo, si tenían una buena imagen de todos los hechos que la contradicen! Quisiera que hubiera más profesores de biología que hablaran a sus alumnos de una manera tan equilibrada y crítica sobre la evolución (si es que deben enseñarla…).Pero, ¿cómo es que hasta los especialistas, que conocen exactamente las teorías sin pruebas y las evidencias en contra de la evolución, no obstante sean evolucionistas convencidos? ¡Porque tienen que serlo! Los historiadores pueden discutir acerca de si la guerra de Troya tuvo lugar o no; pero aunque nunca hubiera ocurrido tal guerra, bueno, eso no importaría mucho. Pero tratándose de la evolución, el caso es distinto.
Supongamos que nunca hubo evolución; ¿entonces qué? ¿Entonces todos los científicos tendrían que creer que el cielo y la tierra, las plantas, los animales y el hombre fueron creados por Dios! Y la mayoría se niega rotundamente a hacer eso. Prefieren creer en la evolución, aún cuando haya tantos hechos que contradicen esa creencia. Se ven obligados a creer en ella, porque no hay una tercera posibilidad para ellos.Un momento, ahora quizás empieces a protestar. Tal vez has aprendido en el colegio que:• La creencia en la evolución se basa en los resultados de la investigación científica moderna, de modo que es “científica”. • La creencia en la creación es una creencia religiosa, tomada de antiguos libros religiosos, de modo que es “anticientífica”. Esto suena bastante aceptable, y esta clase de afirmaciones ciertamente ha causado muchísimo daño. Pero son absoluta y completamente falsas. Voy a darte unos hechos verificables que nunca debes olvidar. 1. La creencia en la evolución no es nada moderna. Es casi tan antigua como la humanidad.
Fue generalmente aceptada por los egipcios, los babilónicos, los griegos y los romanos, y luego esta creencia primitiva y pagana fue reprimida durante un tiempo por el desarrollo del cristianismo. Pero cuando, en el siglo XIX, se levantó por todas partes una gran resistencia a la fe cristiana, también esta superstición pagana fue sacada del cajón y metida en un vestidito moderno. 2. Así también sucedió con Darwin. Él no creía en la evolución como resultado de sus muchas investigaciones, porque ya creía firmemente en ella antes de comenzar sus enormes investigaciones. Y esas averiguaciones las realizó principalmente para combatir la creencia en la creación. Además, hoy día nadie cree ya en la teoría tal como él la propuso, de modo que difícilmente se podría sostener que su creencia en la evolución se vio justificada por su (inexacta) teoría. Por otra parte, se puede decir que su creencia en la evolución era más razonable que la de hoy, porque en sus días no se conocían los muchos hechos que contradicen la evolución. Y ahora sabemos que las muchas predicciones que en aquel tiempo se hicieron con base en la teoría no se verificaron.
3. También al leer los escritos actuales de los evolucionistas, se ve que su creencia en la evolución no se basa en resultados científicos, sino en proposiciones filosóficas y humanísticas. Algunos reconocen honradamente que, aunque todas las teorías evolutivas (que deben existir en el proceso evolutivo) resultasen ser falsas, no obstante seguirían creyendo en la evolución. De modo que es claro que esta creencia no es “científica” sin basada en un concepto particular de la vida. Varios de ellos hasta reconocen abiertamente que creen en la evolución simplemente porque rechazan la creación. Conozco un libro de cierto profesor More que enumera muchísimas y grandes objeciones a la teoría de la evolución, a cuál más devastadora. Pero al final dice que, con todo eso, sigue creyendo en la evolución, porque siente una profunda aversión por la única otra posibilidad: una creación por Dios…
4. Así pues, es una gran tontería decir que la creencia en la evolución es más científica que la creencia en la creación. Ambas son igualmente “anticuadas”, y ambas por igual se basan en un determinado concepto de la vida. Esencialmente, ésta es la diferencia: la creencia en la creación se basa en la fe en Dios y en la Biblia; la creencia en la evolución se basa en una aversión a la fe en Dios y a la Biblia. Así que, ¿cuál es la verdad: creación o evolución? Eso depende de otra pregunta: ¿Crees que la Biblia es la Palabra inspirada en infalible de Dios? Si no, si rechazas el hecho de la creación tal como Dios nos lo ha revelado, no te queda más que la creencia primitiva y pagana de la evolución. No hay una tercera posibilidad. En todo caso, tienes que creer; ¡eso no sólo se hace en la iglesia!
Debes, pues, retener bien esto: La creencia en la creación y la creencia en la evolución como tales, son igualmente científicas (o no científicas, si quieres). Sólo cuando has comprendido esto, surge la pregunta siguiente: ¿Cuál de estas dos convicciones concuerda mejor con los hechos reales que conocemos? Ahora bien, no esperes que nadie sobre la tierra se ponga a examinar los hechos sosegadamente y sin prejuicios, y luego haga una elección bien considerada entre las dos creencias. No carecemos de prejuicios, porque o creemos en la Biblia como la Palabra inspirada por Dios y, por lo tanto, también creemos en la creación, o rechazamos la Biblia y, por lo tanto, creemos en la evolución. Con todo, me atrevo a afirmar tranquilamente que los hechos reales y reconocidos concuerdan más con la doctrina de la creación que con la de la evolución. Y digo esto con plena convicción, aunque la mayoría de los biólogos cree sinceramente que los hechos tienen más la idea de la evolución.
¿No resulta absurdo que los creacionistas y los evolucionistas dispongan exactamente de los mismos hechos y, a pesar de esto, cada grupo piense que estos hechos apoyan principalmente su propio concepto? Sin embargo, es posible; uno puede enredarse tanto en una opinión determinada, que ya no ve los hechos que la contradicen. Permíteme citar un ejemplo que usa mucho el Dr. Donald Chittick; un creacionista norteamericano, como él mismo me lo refirió. Ocasionalmente, el Dr. Chittick pregunta a sus alumnos: “¿Saben ustedes cómo se produce el viento?” Claro que uno de ellos contestará: “El viento se produce porque el aire fluye de un lugar de alta presión atmosférica aun lugar de baja presión atmosférica”. “¡Oh, no!” dice Chittick entonces; “están muy atrasados; ésa es una teoría anticuada. Ahora hemos descubierto que las ramas y las hojas de los árboles se mueven, y por ese movimiento se forma una corriente de aire, y eso es el viento. ¡Intenten contradecir esta nueva teoría! Los alumnos piensan y piensan. Un listo dice: “El viento se encuentra también en lugares en donde no hay árboles”.
Pero Chittick contesta: “Eso es ingenioso, pero no vale; ¡porque el viento viene de alguna parte en donde sí hay árboles con hojas que se agitan!” Naturalmente, de vez en cuando hay algún alumno que sí hace una buena objeción. Pero entonces Chittick lo desconcierta jugando con su último triunfo, y dice: “Ah, muchacho, la única razón de tu charla anticuada es que no conoces los últimos acontecimientos. ¿No sabes que han ido hombres a la luna? Pues bien, ellos han descubierto que en la luna no hay viento en absoluto. ¿Y por qué? ¡Porque allí no hay árboles con hojas que se agiten!” Pero entonces Chittick se pone serio y dice: “Miren, eso es exactamente lo que hacen los evolucionistas. Tienen una teoría en la cual, efectivamente se pueden hacer concordar una gran cantidad de hechos, pero eso no prueba en absoluto que la teoría sea correcta, porque todos esos hechos concuerdan igualmente con una “teoría” totalmente opuesta, a saber la creencia en la creación.
Y no se dejen engañar por los llamados últimos descubrimientos que concuerdan con la creencia en la evolución, porque tal concordancia nunca prueba nada”. ¡Chittick tiene razón! Tomemos un ejemplo. Es un hecho que hay un esquema magnífico que corre por toda la flora y la fauna, tan maravilloso que éstas se pueden subdividir de un modo hermoso y natural en género, especie, clase, orden, familia, etc. “Mira”, dice el evolucionista triunfalmente, “eso concuerda exactamente con mi punto de vista. Si todos los organismos tienen antepasados comunes, entonces aún hoy debo reconocer su parentesco en su estructura y modo de vida”. Bien, el hombre tiene razón; todo concuerda magníficamente con su teoría. Pero… esto no prueba en absoluto que tenga razón, ¡porque estas relaciones también están en perfecto acuerdo con la creencia en la creación, con la imagen bíblica de un Dios de orden, quien crea el mundo conforme a un plan perfecto y armonioso! Los hechos concuerdan con los dos puntos de vista, y así estamos todavía en el mismo punto. ¿Quién tiene razón entonces?
¿Acaso una explicación es más “científica” que la otra? ¡Tonterías! Una explicación es más atractiva que la otra, no sobre una base científica, sino dependiente del concepto de vida del individuo. Con todo, hay una diferencia en el valor científico de las dos declaraciones. La idea de la evolución nos llevaría a esperar muchísimas más formas intermedias entre las diferentes plantas y animales, de suerte que los distintos grupos de plantas y animales no fueron nítidamente diferenciados el uno del otro como generalmente lo son. Tampoco habríamos encontrado tantas semejanzas estructurales entre grupos de organismos que, por otros motivos, son considerados como de un parentesco muy lejano. Así, por ejemplo, los vertebrados y los pulpos tienen ojos notablemente semejantes; un milagro increíble para el evolucionista, que considera que estos dos grupos están muy distantes el uno del otro. Para el creacionista, sin embargo, esto no es problema. Él entiende que Dios puede haber dado a ciertos animales, que viven en circunstancias similares, ciertas fuertes semejanzas en estructura (dependientes de estas circunstancias), aunque esos animales sean quizás muy diferentes en otros aspectos.
Esto es un ejemplo. Para otros ejemplos puedes consultar un libro más extenso. Lo que intento darte a entender es esto: No te dejes confundir por la afirmación de que innumerables observaciones en la naturaleza concuerdan exactamente con la doctrina de la evolución. Eso no significa nada, mientras no hayas inquirido si las mismas observaciones también concuerdan exactamente (¡o quizás aún más!) con la doctrina de la creación. Y sobre base de argumentos científicos, yo personalmente creo que los hechos concuerdan más con la doctrina de la creación. En cuanto a eso se refiere, el evolucionismo es un gran castillo de naipes. El biólogo, geólogo, o cualquier especialista, generalmente conoce más o menos las debilidades de su propia profesión con respecto a la doctrina de la evolución (y muchos las reconocen), pero no se preocupa demasiado por ellas, porque piensa: “Las pruebas de mis colegas en los demás campos son suficientemente fuertes”.
Si todos piensan así, claro que obtenemos una hermosa pompa de jabón. Si refutas los argumentos de una profesión, se esconderán detrás de los argumentos de otras profesiones. Si cortas uno de los tentáculos del monstruo de la evolución, te ahogarán los demás tentáculos. Trae tantas objeciones científicas como quieras, que se idearan ingeniosas “teorías auxiliares” para “explicar” todos los hechos que contradigan la teoría, para razonar hasta eliminar las objeciones, o… simplemente para pasarlas por alto. Lo único que realmente vale la pena es atacar al evolucionismo en todos los frentes a la vez, con un ejército de creacionistas. Pero… aún eso no sirve, porque los evolucionistas nos han dicho de antemano que, aún cuando echemos a pique todas sus teorías, seguirán prefiriendo la creencia en la evolución. ¡Tal es la aversión que sienten por la fe en la creación! Prefieren la teoría de las “hojas que se agitan”….
Ahora bien, los evolucionistas afirman que la evolución se efectúa porque de cuando en cuando ocurren mutaciones que, en un determinado medio ambiente, sí son favorables, y dan al organismo mayores posibilidades de autoconservación. Bueno, en verdad eso se produce muy de vez en cuando; bajo una modificación de las condiciones ambientales, una mutación particular a veces puede resultar más favorable. Entonces vemos que los organismos que no tienen esa particular mutación, gradualmente desaparecen de la población. Pero esto sucede rarísimas veces, y generalmente es de naturaleza temporal; y casi siempre ocurre porque el hombre ha producido un cambio drástico en el ambiente. Además, esto solamente demuestra que las poblaciones pueden experimentar ciertas “oscilaciones”, ¡pero eso no tiene nada, pero absolutamente nada que ver con la pregunta de cómo pueden desarrollarse organismos superiores (esto es, con una construcción más compleja y más perfeccionada) a partir de organismos inferiores! Los expertos en genética desde hace tiempo están convencidos de que los “mecanismos genéticos” en los organismos vivos no aspiran a cambiar la población, sino más bien a mantenerla lo más equilibrada y constante como sea posible.
Dentro de tal población es posible que, bajo la influencia de circunstancias ambientales, aparezcan toda clase de variaciones, pero esto es algo muy distinto de toda la población desarrollándose hacia un grado superior en la escala evolutiva. Debes entender muy bien este punto, porque aquí hay mucho engaño. La gran mayoría de las “pruebas” biológicas para la evolución que se presentan en los libros de texto tienen que ver con semejantes cambios dentro de la población. Es cierto que a esto lo llamamos micro-evolución, pero incluso eso es engañoso porque, de hecho, no tiene que ver nada con la evolución de las especies. Es, sencillamente, “variación” o modificación; “oscilación” y no “ascensión”. Todas esas pruebas triunfantes de micro-evolución, nada tienen que ver con la pregunta de cómo ha podido verificarse alguna vez la macro-evolución, o sea, cómo pudieron originarse mamíferos de reptiles, anfibios de peces, etc. Todo lo que conocemos sobre la genética hace probable que semejantes desarrollos sean completamente imposibles. Quiero darte un ejemplo de esta clase de engaño.
Si vas al Museo de Historia Natural en Nueva York, encontrarás reproducida, entre otras cosas, toda una serie de caballos fosilizados. Supuestamente esos caballos se desarrollaron gradualmente el uno del otro durante centenares de miles de años. La serie empieza con un animalito que, muy convencionalmente, tiene cinco dedos en cada pie. Cada uno de los siguientes animales es un poco mayor, mientras que el número de dedos va decreciendo gradualmente, hasta que solo queda el dedo medio, y ése constituye la conocida pezuña de caballo. Pues bien, ¿no es ésta una maravillosa prueba de la evolución? Casi lo creerías, porque esta “historia del caballo” es uno de los argumentos más populares a favor de la evolución.
Pero, ¿cómo es el asunto en realidad? Supongamos que la serie es genuina, que los últimos caballos en la serie efectivamente se desarrollaron a partir de los primeros en la serie. ¿Tendríamos entonces una prueba de la evolución? De ningún modo, puesto que siguen siendo caballos, ¿no es verdad? La serie muestra cuántas variaciones son posibles sobre el tema “caballo”, pero no demuestra cómo pueden desarrollarse organismos superiores de organismos inferiores. Al echar una mirada a los dedos, antes se ve degeneración que evolución. Pero lo que es peor: ¡No hay ni una sola prueba de que esos caballos se desarrollaron en el orden indicado! Hay indicios de que en la época del primer animal de la serie (esto es, el “más viejo”), ya existían caballos de aspecto moderno.
Si eso es verdad, más valdrá hacer las maletas. Estos fósiles de caballos proceden de distintos rincones de la tierra (entonces, ¿cómo pudieron desarrollarse el uno del otro?) y de lugares de los cuales es absolutamente incierto cuál es su edad relativa. Entonces, ¿no es una vergüenza que se muestren tales cosas al gran público y se le haga creer así que la evolución es un hecho? Y puedes ver muchas más tonterías en semejantes museos y libros populares. ¿Qué piensas de los bonitos cuadros que muestran a la gente prehistórica como monstruos salvajes con apariencia de simios? ¡Puro engaño! Es totalmente imposible establecer, sobre la base de los cráneos y huesos, cuál fue el aspecto de la cara o del pelo, el color de la piel, etc.
Ya sabes que el hombre de Neanderthal ha sido glorificado durante mucho tiempo como uno de los más importantes eslabones entre los monos y los hombres. En los cuadros se le presentaba como hombre-simio de aspecto salvaje. Pero poco a poco los científicos se han dado cuenta de que si hoy entrásemos un hombre de Neanderthal en el supermercado, ¡éste no llamaría la atención en absoluto! Y ojalá tu profesor ya sepa eso, y no te relate cuentos viejos…
2. Esto, naturalmente, nos conduce a la siguiente pregunta, a saber, qué nos dicen los fósiles. Comprenderás, por supuesto, que sólo puedo tratar estos puntos de una manera muy breve y superficial. Esto no importa mucho, porque en el colegio te dicen que la evolución es un hecho y se refieren a las “evidencias” también muy breve y superficialmente. Yo quedaría satisfecho si sólo entendieras que las cosas también podrían ser diferentes de lo que afirma la mayoría de los profesores de biología y de religión.
Ya sabes que la corteza terrestre consta de un gran número de capas, llamadas “estratos”. Estos se forman porque de la tierra emana roca fluida (por ejemplo, de los volcanes) y se solidifica, o porque el viento transporta granos de arena y los deposita en alguna parte, o porque los glaciares amontonan arena o arcilla, y sobre todo por la sedimentación de arena, arcilla, piedra caliza, etc. en mares, lagos y ríos. En los últimos tipos de estratos hallamos un sinnúmero de restos petrificados de plantas y animales que una vez vivieron sobre la tierra. Especialmente las partes más duras, como conchas y huesos, se “fosilizan” con facilidad. Por supuesto, normalmente los estratos inferiores son más antiguos y los superiores más recientes.
La afirmación de los evolucionistas es la siguiente: En los estratos inferiores (o sea, los más antiguos) encontramos los organismos fósiles más sencillos, y a medida que llegamos a los estratos superiores (o sea, los más recientes) encontramos organismos fósiles superiores y más complejos, además de los inferiores. Todos los estratos que contienen fósiles abarcan un periodo de unos 600 millones de años (se dice), y en ese periodo vemos cómo se inicia la historia de la vida con organismos muy sencillos y cómo, en el curso de los siglos, aparecen organismos cada vez más elevados. Maravilloso, ¿verdad? ¿No es ésta la prueba más hermosa de la evolución? Ciertamente… ¡si la historia fuera verdadera! Así suelen contársela a uno, pero eso también resulta muy engañoso. Se puede decir tranquilamente que no hay ni un solo rasgo de verdad en todo el relato.
En ninguna parte del mundo entero se encuentran todos esos estratos uno encima del otro, con los organismos inferiores abajo y los inferiores y superiores arriba. ¡En los estratos considerados como los más antiguos estratos con fósiles, no sólo se encuentran organismos simples, sino que se ha descubierto que todas las clases del reino animal se ven representadas en ellos! Además no existen formas intermedias demostrables para llegar a los vertebrados. ¿De dónde vienen todos estos distintos grupos de animales? ¿Dónde están los antepasados comunes que, según la teoría deben haber tenido? Si la teoría de la evolución es correcta, ¡entonces faltan tres cuartos y, según algunos, hasta nueve décimos de la historia de la vida! ¿Cómo es que no existe ningún fósil de este enorme periodo? ¿Podría ser que los antepasados comunes jamás existieron…? Supongo que piensas que, de todos modos, los estratos más viejos se hallan siempre abajo.
¡Oh no, nada de eso! El orden de los estratos puede estar totalmente perturbado: algunas capas con fósiles de organismos superiores pueden estar abajo, y otras que solo contienen organismos sencillos pueden estar encima. En muy pocas ocasiones se puede ver claramente que las capas han sido volcadas por alguna clase de terremoto, pero frecuentemente todo rastro de tales enormes perturbaciones de la corteza terrestre brilla por su ausencia. Así que con toda honradez, tendrías que concluir que las capas evidentemente fueron en el orden que se encuentran. Entonces, ¿cómo se atreven los geólogos evolucionistas a afirmar tranquilamente que los estratos están al revés? Sí, se trata de un asunto penoso. ¿Cómo hace el evolucionista para determinar la edad de un estrato? No puede descubrirlo por el material del cual está hecho. El orden de las capas obviamente no le ayuda mucho tampoco, porque las llamadas capas “más jóvenes” pueden hallarse abajo y las llamadas capas “más viejas”, encima. Quizás sospeches que entonces tiene métodos especiales para medir la edad (tal vez has oído hablar de la mediciones radiactivas, de las cuales hablaremos más adelante).
Otra vez te equivocas; para esta clase de capas no le sirven sus métodos de medición. Pero entonces, ¿cómo puede verse si una capa es más antigua o más reciente que otra? Nunca lo adivinarías: ¿No es gracioso? Cuando en una capa aparecen fósiles simples (o sea, de organismos inferiores) se trata de una capa vieja, y cuando hay fósiles complicados (de organismos superiores), entonces se trata de una capa joven. Es cierto que esto lo digo un poco demasiado sencillo, pero así realmente es el asunto. Aún en sabios artículos geológicos se ha reconocido este enorme “razonamiento circular” que reza así: “¿Cómo puedes probar que los organismos superiores son más jóvenes que los inferiores?” Respuesta: “Porque aquellos se encuentran en estratos más jóvenes que éstos”.
Pregunta: “¿Pero cómo sabes cuáles estratos son más jóvenes y cuáles son más viejos? Respuesta: “Eso se puede ver por los fósiles que se hallan en ellos; los organismos superiores se hallan en capas más jóvenes”. Pregunta: “Pero, ¿cómo puedes probar que los organismos superiores son más jóvenes que los organismos inferiores?” Respuesta: “Porque aquellos se encuentran en estratos más jóvenes que éstos”. Pregunta: ¿cómo sabes cuáles estratos…?” Bueno, termino con este asunto, porque ya te diste cuenta de que estamos en un círculo vicioso. Y esa es, pues, la evidencia de los fósiles.
Además, hay un sinnúmero de otros problemas insuperables relacionados con esa evidencia de los fósiles. No olvides que, si los organismos más simples realmente hubieran sido los primeros en aparecer, y solo durante los millones de años siguientes los organismos superiores (¡algo que no es cierto!), eso en sí mismo todavía no sería una prueba de que los superiores descendieron de los inferiores. Para que eso sonara aceptable, los geólogos tendrían que presentar miles de formas intermedias y transitorias entre los diferentes grupos de animales y entre los diferentes grupos de plantas. En el siglo XIX, se pensaba optimistamente que esos “eslabones perdidos” se encontrarían, pero renombrados evolucionistas empiezan a reconocer abiertamente que esos eslabones probablemente nunca existieron. Las (insalvables) lagunas entre los diversos grupos eran tan anchas en el pasado como lo son hoy, por muy amarga que esa píldora resulte para el evolucionista. ¿Indican los fósiles la evolución? Quizás… pero entonces solamente a aquellos que ya tienen una fe inquebrantable en la evolución. La gente más realista lo sabe mejor.
Pero con respecto a esos estratos fósiles, seguro que hay por lo menos otro punto que te molesta, a saber, ese malabarismo con millones y miles de millones de años. Tu profesor te dice sin inmutar su semblante: “Esta capa tiene tantos millones de años, y aquel fósil tantos miles”. ¿Cómo sabe esto el buen hombre? Lo ha aprendido de los escritos de los evolucionistas. Y ¿de dónde lo sacaron éstos? Pues bien, en el pasado simplemente inventaron todas esas cantidades de años; sencillamente necesitaban esos millones de años para sostener su afirmación de que, por un cambio extremadamente gradual, todos los organismos superiores descendieron de los más sencillos. Es verdad que, al correr el tiempo, conocidos matemáticos demostraron que una tal evolución ni siquiera en millones de años es imaginable, pero bueno…
Ahora, esperemos que tu profesor de biología esté a la altura de los tiempos y se mantenga al día en su profesión, y esperemos que tu profesor de religión haya leído algo más que libritos sensacionales y populares acerca de la evolución; porque, de no ser así, es muy probable que, con las mejores intenciones, tus profesores te sirven toda clase de “cuentos viejos” que hace mucho tiempo han sido rechazados por los especialistas. • ¿Tu profesor sigue contándote que el hombre de Neanderthal y el Pithecanthropus (hombre-simio de Java) eran formas intermedias entre los simios y los hombres? Todo eso es un cuento viejo. Ahora se acepta generalmente que estos dos caballeros eran hombres corrientes, aun cuando hayan tenido un aspecto un poco extraño, pero no más extraño que algunos ejemplares que andan ahí entre nosotros. Además, ¡ahora sabemos que antes de esta gente prehistórica vivían personas que tenían un aspecto exactamente igual al nuestro! • ¿Tu profesor sigue contándote el viejo cuento de que el desarrollo embrionario del hombre (esto es, su desarrollo antes del nacimiento) es una clase de recapitulación de su historia evolutiva? Son cuentos viejos, refutados hace ya mucho tiempo. Ningún hombre sensato lo cree ya.
¿O es que tu profesor todavía te cuenta, por ejemplo, que las personas que no han nacido tienen, en cierta etapa temprana, hendiduras branquiales y una cola, y eso prueba que hemos evolucionado de animales con branquias y colas? Ni siquiera son hendiduras branquiales, sino surcos muy necesarios e importantes de los que emerge toda clase de órganos. Además como he dicho en el principio, correspondencia nunca puede ser descendencia. • ¿Tu profesor e dice que el hombre tiene toda clase de órganos degenerados que ya no tienen función sino que son restos de lejanos antepasados animales que sí podían usarlos? Puros cuentos viejos. Eso se creía antes, porque las funciones de muchos órganos (tales como el apéndice, el timo, el coxis) aún eran desconocidas. ¡Pero hoy conocemos estas funciones mucho mejor, y sabemos que el timo, por ejemplo, es un órgano de la mayor importancia! • ¿Acaso tu profesor todavía te dice que en solo algunos años los científicos habrán producido una célula viva? Son cuentos viejos. Eso se creía antes, cuando se suponía que las células no eran sino simples gotas de agua con algunas sustancias. Gradualmente nos vamos dando cuenta de lo tremendamente complicada que es la estructura de una sola célula viva.
Los matemáticos han calculado que trillones de años serían insuficientes para hacer siquiera concebible que algo tan intensamente bello pudiera producirse por puro azar. ¡La procedencia de una sola célula viva a partir de materia inorgánica sería un milagro aún mayor que la derivación del hombre de una sola célula! No te dejes confundir con toda clase de modernos (y realmente fantásticos) experimentos y descubrimientos. Los resultados logrados hasta ahora, hacen pensar en los de alguien que, con muchísimas dificultades, ha logrado por fin fabricar un ladrillo y ahora cree que es una bagatela edificar una catedral. Después de todo, supongamos que centenares de hombres de gran talento, con la ayuda de aparatos más modernos y costosos, lograsen construir una célula viva. ¿Qué probaría eso? Por cierto, no que la vida se originó por sí misma, por puro azar, de materia muerta. Más bien indicaría que la vida solamente pudo haberse originado gracias a un cerebro altamente inteligente y poderoso: ¡el de Dios mismo!
Es natural que, poco a poco, empieces a preguntarte cómo es eso de los fósiles y estratos. ¿Cómo suponen los creacionistas que los estratos han venido a la existencia, si no hay razón para aceptar que se originaron en el curso de millones de años?¡Buena pregunta! Si los creacionistas afirman que los evolucionistas están completamente equivocados, deben aportar una mejor aclaración. Pues bien, ¡esto lo hacen! Presentan una explicación mejor, basada en la Biblia pero, además de eso, justificable científicamente. La Biblia misma no es una manual científico, claro está, pero eso no quiere decir (como algunas personas concluyen tonta e ingenuamente) que la Biblia por lo tanto, es poco fiable cuando se trata, por ejemplo, de los orígenes de todas las cosas. Lo que Dios dice en su Palabra sí es verdad, aún cuando no esté formulado en nuestra manera de hablar actual.Por ejemplo, la Biblia dice ya en la primera página que Dios creó las plantas y los animales “según su género”. A primera vista no parece claro lo que significa esta expresión, pero en el lenguaje original de la Biblia quiere decir: Dios los creó “en su variedad de formas”. Dios no creó por medio de un procedimiento evolutivo, sino que creó al mismo tiempo un número de “formas” unas al lado de las otras. Los biólogos deben determinar la amplitud del concepto “forma”. De todos modos, en la mayoría de los casos es más amplio que el concepto “especie” al que se refieren los biólogos. El “perro” es una especie biológica dentro del cual se puede distinguir un sinnúmero de razas, pero los perros también se pueden cruzar con la especia “lobo”.
Sin embargo, el grupo no es mucho más amplio; los perros y los lobos no pueden cruzarse con otras especies más lejanas. Dios ha creado un gran número de formas que se distinguen clara y nítidamente unas de otras, porque muestran grandes diferencias externas y no pueden cruzarse entre sí. Eso es exactamente lo que ha establecido la biología. Dentro de una de tales “formas” los organismos pueden variar sin fin; los criadores y productores pueden echar una mano dirigiendo el cruce de razas, pero no pueden traspasar los límites impuestos por Dios sobre estos grupos. En este librito no quiero escribir demasiado acerca de lo que Génesis 1 y 2 tienen que decir acerca de la creación. Aquí me preocupo solamente de la pregunta de “¿qué debes creer: creación o evolución?” Y ahora que hemos visto que no podemos sino creer que Dios creó todas las cosas, sólo quiero señalar tres grandes hechos bíblicos. Estos hechos pueden ayudarte a entender algo de la naturaleza tal como la vemos a nuestro alrededor. El primero lo acabo de mencionar:
La Biblia nos enseña que Dios creó una cantidad de formas definidas de animales y plantas, y los límites que existen entre aquellas formas los podemos observar en cualquier lugar de la naturaleza. El segundo gran hecho, no lo encontramos en el relato de la creación, sino en Génesis 3, el relato de la caída del hombre. Sabes que Adán y Eva, la primera pareja humana, fueron, desgraciadamente, desobedientes a Dios y cayeron en el pecado. Aquella caída tuvo resultados desastrosos, no solamente para ellos mismos, sino también para la creación entera. La decadencia y la destrucción aparecieron por doquier. El apóstol lo expresa así: “La creación fue sujetada a vanidad… toda la creación gime a una… y a una está con dolores de parto hasta ahora” (carta a los Romanos, capítulo 8, versículos 21 y 22). Puedes verlo a tu alrededor: el universo es igual a un gran reloj despertador, con la cuerda dada pero desgastándose poco a poco. Los hombres y los animales (si no mueren en accidentes) mueren irrevocablemente de muerte natural, y sus cuerpos se descomponen. Las estrellas en el cielo (¡incluido nuestro sol!) se están quemando en una forma lenta pero segura, como las velas. Una de las leyes básicas de la física expresa esto más o menos como sigue: En todas partes de la naturaleza vemos la tendencia de que el orden pasa gradualmente al desorden. El hombre (y Dios) pueden traer orden en una situación particular, pero todas las cosas que son abandonadas a sí mismas se desgastan, perecen, se pudren y se consumen.
Quienquiera que estudie la naturaleza descubre la gran verdad de esta ley. Pero ¿qué dicen los evolucionistas? Ellos afirman que durante billones de años ha tenido lugar una evolución, mediante la cual, por casualidad, surgió un orden cada vez más creciente y formas cada vez más complejas y superiores, a partir de una condición de desorden. Científicamente, esto es pura tontería. Simplemente no puede ser, y ni un biólogo ha podido nunca librarse de este problema insuperable. Por eso, generalmente se le ignora. La Biblia sin embargo, es harto clara. El mundo fue creado bueno y perfecto, pero desde la caída del hombre está bajo el dominio de la muerte, la descomposición y la destrucción. No hay evolución (progreso), sino degeneración (regresión). La Biblia nos enseña una tercera cosa de gran importancia para nuestro tema. En el libro de Génesis, capítulos 6 al 8, leemos que una vez la raza humana, es más: toda la tierra, fue destruida por el diluvio. ¡No se trató de una inundación cualquiera! Lee una vez todo el relato y verás que, por ejemplo, toda la corteza de la tierra se abrió, por lo cual toda la superficie de la tierra fue revuelta. Si crees lo que Dios dice en su Palabra y observas que una vez destruyó la tierra en gran escala, entonces deberías preguntar a los geólogos cuáles serían las consecuencias de un diluvio parecido al que describe la Biblia. Geólogos y físicos han escrito muchos libros sobre el tema.
En estos libros señalan que semejante diluvio, en el cual se revuelve toda la superficie de la tierra, además vendría acompañado de poderosos efectos de la marea y de formación de capas de hielo. En semejante inundación los materiales se irían sedimentando lentamente, llenos de los restos de organismos muertos, especialmente de los más sencillos que podrían resistirse menos a la corriente. ¡Con qué sencillez se resuelven entonces los problemas! Ahora entendemos de repente cómo, sobre un sustrato totalmente desprovisto de fósiles, hallamos los estratos de “más antigüedad», llenos de fósiles que representan prácticamente todos los grupos principales del reino animal. Ahora también entendemos por qué normalmente encontramos los animales superiores, que saben nadar bien, en capas superiores, y los animales terrestres generalmente en capas más altas todavía. Las excepciones a esta regla (incluyendo el aparente vuelco de los estratos, al que ya nos referimos) ahora se entienden mucho mejor que si se hubiese verificado la evolución. Ahora que sabemos del diluvio, comprendemos más fácilmente por qué hay tantos fósiles. Bajo condiciones normales ni siquiera se forman fósiles; éstos se originan principalmente en agua corriente, donde se cubren rápidamente de materiales sólidos; ¡precisamente lo que se esperaría que ocurriera en un diluvio! Ahora se esperaría también por qué en tantos lugares sobre la tierra se han descubierto colosales tumbas colectivas que contienen centenares de miles de animales fósiles amontonados. Estos animales huyeron con terror mortal de las aguas ascendentes y, no obstante, fueron alcanzados por éstas.
Ahora comprendemos igualmente por qué se han hallado mamuts en el hielo de Siberia que aún tenían alimento en la boca, y cuya carne ni siquiera se había descompuesto. ¡Tan repentinamente fueron sorprendidos por las aguas heladas! En principio, los evolucionistas y los creacionistas concuerdan en su pensamiento sobre la fundación de los estratos; solamente que aquellos creen que se requieren millones de años para el proceso, mientras que éstos creen que la mayoría se formó en pocos años. Esto es, las capas fueron colocadas rápidamente por poderosos movimientos de marea, pero después de eso tardaron algunos años, naturalmente, antes de quedar petrificadas. Es muy importante reconocer las repetidas afirmaciones de los geólogos creacionistas: Una y otra vez hacen hincapié en el punto de que, cuando las capas fueron superpuestas, posiblemente las capas inferiores todavía no podían estar petrificadas. (Los evolucionistas dicen que sí lo estaban, porque en su línea de pensamiento un estrato se forma encima de otro millones de años después de haberse formado el estrato anterior, y éste naturalmente, ya está petrificado desde hace mucho tiempo).
Los creacionistas señalan, por ejemplo, que se han hallado troncos de árboles fosilizados que penetraban a través de varios estratos. Esto prueba inequívocamente que esas capas se formaron unas tras otras en poco tiempo, cuando ninguna de ellas estaba petrificada. Otro ejemplo es el famoso “Gran Cañón” en los Estados Unidos, en donde se pueden ver espléndidamente todas las capas superpuestas y en donde el sorprendente río Colorado ha tallado profundos desfiladeros. Los evolucionistas han dicho que en todas partes se ven placas que le dicen al turista cuántos millones de años separan la formación de los diferentes estratos. Pero ¡esto es realmente imposible! Fíjate en lo que ha hecho el río: ha tallado profundos cañones hacia abajo y describiendo muchas curvas o “meandros”, ha erosionado las orillas hacia los lados. Según la física, ¡el río sólo podría haber hecho ambas cosas simultáneamente cuando los estratos estaban blandos! Durante el diluvio, estas capas blandas se amontonaron rápidamente unas encima de otras y poco tiempo después el río talló su camino a través de ellas; solamente más tarde los estratos se petrificaron gradualmente.
No te dejes convencer de que se requirieron millones de años para la formación de minerales (carbón, petróleo) como a menudo se afirma. En los laboratorios se ha imitado esta formación, y ahora sabemos que en unos pocos días o incluso horas se pueden formar minerales que, según creencias anteriores, necesitarían millones de años para formarse. En un librito tan pequeño no puedo, naturalmente, mencionar todos los libros y artículos en los que pueden hallarse todas estas cosas (aunque tu profesor puede pensar, al leer esto, que se trata solo de invenciones mías). No me siento obligado a dar semejante enumeración, porque la mayoría de los libros de texto y profesores se contentan con un número mucho mejor de “pruebas” de la evolución que el número de contrapruebas que he dado aquí.