Por Jorge Enrique López Mera
Deseo dedicar este modesto artículo al inmenso valor de una verdadera madre. A las hermosas cualidades con las que Dios en su infinita gracia, dotó a ese ser tan precioso, tan valioso, a quien el Señor quiso llamarle Madre.
El texto con el que hemos iniciado, nos habla de la enorme necesidad de que el padre se convierta en un gran maestro para sus hijos, y la madre en una gran directriz para ellos. Y Dios recomienda a los hijos que no menosprecien esas directrices.
Cuando el niño llega a este planeta, viene con su cerebro y su mente en blanco. Se necesita entonces la valiosa cooperación de los padres, para entregarle al niño una información adecuada que lo capacite, lo discipline y lo entrene, para asumir posteriormente los retos que la vida le deparará.
Esa instrucción que entregarán los padres a los hijos, producirá en ellos un desarrollo emocional adecuado. Esas primeras instrucciones que el niño recibe en casa, le formarán su carácter, su personalidad, su temperamento, y finalmente le proporcionarán una conducta apropiada, para hacer frente a las vicisitudes de la vida.
La madre debe entender que esos cuidados maternales deben iniciarse desde el vientre, dado que el bebé es el mejor receptor de todas las emociones que le transmite la madre. El niño sobrevive mejor con los cuidados naturales de la mamá. Con esto quiero decir que, los cuidados excesivos pueden degenerar en una mala formación y pueden terminar en inclinaciones que posteriormente producirán trastornos en la conducta y comportamientos humanos, generando secuelas imborrables en el niño.
La falta de esa protección maternal, producirá en el niño o la niña, serias dificultades para enfrentar la vida normalmente, y tenderá a disociar en el pensar, en el sentir y en el hacer. Todo este proceso requiere no solo de la guía del padre, sino en gran manera del amor, del afecto, del cuidado y del consuelo de la madre.
Es en la madre, en la que radica la mayor parte de la información emocional que debe percibir el niño, y esa relación materno-afectiva, será la clave para el desarrollo integral del pequeño, adicionándole una excelente dosis de confianza, para asimilar con éxito las autodeterminaciones posteriores a la infancia.
En días anteriores, escuchaba en un noticiero, que en España una madre fue multada por la suma de 14.000 euros, por tolerar el comportamiento agresivo de su hijo en la vía pública. La multa, además se debió a la tolerancia de dicha madre, al permitir los desafueros de su hijo. Esto es una implicación de que la madre de dicho menor, es una mujer que no ha entendido el verdadero y real papel de ser madre.
Una madre alcahuete y tolerante, se vuelve en cómplice de los malos hábitos, costumbres, malas acciones, y finalmente de las consecuencias lamentables que surgirán en la vida del muchacho.
Continuamente observamos en las grandes ciudades, las batidas o redadas que efectúan las autoridades en las horas de la noche o en las madrugadas, en los expendios de licores (bailaderos, discotecas, grilles etc.). Pese a que las actividades que se realizan en estos sitios están prohibidas para los menores, casi siempre encuentran en estos sitios a personas menores de edad, tanto hombres como mujeres.
Estos son los hijos de la calle, los hijos de la noche. No tienen padres que los cuiden, que los orienten, que los guíen, que los disciplinen. Son hijos de nadie. Estas son justamente las consecuencias a las que me estoy refiriendo para cuando el niño no tiene normas de moral, de conducta, cuando él no ha sido instruido y disciplinado. Le ha faltado el calor, el afecto, la guianza de la madre, y la mano del padre. Y si los tienen, son padres tolerantes, que han evadido sus responsabilidades y han dejado la educación de sus hijos en las manos de nadie.
Cada hijo necesitará siempre de un padre que sea guía y de una madre que sea maestra. Sin ellos; los muchachos crecerán desubicados, marginados, resentidos, etc. Esa es la causa por la cual nuestra sociedad juvenil, es hoy en gran número, un conjunto de personas resentidas, desubicadas, violentas, inmorales, irreverentes, etc. Muchachos que hasta pueden aparecer disparando indiscriminadamente, segando la vida de personas por un puñado de billetes. Las cárceles del mundo están llenas de ellos. Las muertes por sida alcanzan a esa clase de personas que nunca tuvieron directrices en sus hogares, que nunca vieron en sus progenitores el ejemplo apropiado que marcara en ellos una verdadera diferencia entre ellos y el resto de la sociedad.
La madre seguirá siendo una figura descollante en el desarrollo y formación de los hijos. No solo una madre, sino también la niñera que conduzca a sus hijos por los caminos del bien hacer. Un buen padre y una buena madre son más valiosos que 100 maestros.
No sé si los lectores conozcan a un ave que se llama el cuclillo. Esta pequeña ave, cuando se acerca la época de encubar, visita los nidos de otras aves y extrae los huevos depositados en los nidos ajenos arrojándolos al piso. Una vez hecho este vergonzoso trabajo, el ave en mención deposita los huevos propios y deja que las otras aves los alimenten, evadiendo su responsabilidad.
En el libro de Job 39:13-17, dice: “¿Diste tú hermosas alas al pavo real, o alas y plumas al avestruz? El cual desampara en la tierra sus huevos, y sobre el polvo los calienta, y olvida que el pie los puede pisar, y que puede quebrarlos la bestia del campo. Se endurece para con sus hijos, como si no fuesen suyos, no temiendo que su trabajo haya sido en vano; porque le privó Dios de sabiduría, y no le dio inteligencia”.
La biblia, nos habla de una madre que dejó a su hijo tirado en un desierto a su triste destino, para que muriera. Más el Señor, le llamo desde el cielo (Génesis 21:17-19) y le dijo: Levanta a tu hijo y sostenlo con tus manos, porque yo haré de él una gran nación. Ese muchacho necesitaba la guía, el consuelo, el cuidado y la ternura maternal de una madre verdadera para salir adelante, y Dios les socorrió. El mundo de hoy está lleno de madres como Agar, que van dejando sus hijos abandonados en el camino, los venden, los regalan, los tiran a la basura, y otras hasta los matan. También el mundo está lleno de papás como el avestruz, irresponsables y privados de todo entendimiento.
La madre influye ostensiblemente en la vida de sus hijos, por su amor, su ternura, su delicadeza, su consagración, su comprensión y sus muchas virtudes con que fueron dotadas de parte de Dios.
Algunos han pensando que ser buenos padres, es concederle a los hijos todo lo que ellos piden. Otros creen que lo mejor para sus hijos, es ser tolerantes, alcahuetes y permisivos. De esta manera se convierten en cómplices de los pecados de sus hijos, de sus malos hábitos, de sus malas costumbres, de su insensatez y de su desvarío. Pagarán con muchas lágrimas cuando los vean destruidos por la rebeldía, los malos hábitos, la pereza, drogadicción, el alcoholismo, el homosexualismo, el lesbianismo, la prostitución, la criminalidad, etc.
El hijo mimado (que no es disciplinado, formado, corregido, amado) es vergüenza del padre y dolor de la madre (Proverbios 29:15). Será el futuro habitante de las calles, de las cárceles, de los hospitales y finalmente del cementerio.
Ser madre, no es tan solo ser una mujer hermosa, con medidas de reina, o profesional. No. Es ser prudente, sobria, cariñosa, tierna, fuerte, consagrada a Dios, a su esposo y a sus hijos. En otras palabras: Una maestra del bien.